Steven C. Hayes[1]
University of
Nevada – Reno
La psicología humanista se
definió históricamente a sí misma en parte por su oposición a la psicología
conductual, pero ahora existen las condiciones para una reconsideración
fundamental de la relación entre estas dos tradiciones. La psicología
conductual incluye a las variantes contextualistas y ya no se limita a los
principios extraídos del aprendizaje animal. Las terapias conductual y
cognitiva abordan comúnmente tópicos humanistas y han desarrollado recuentos
procesales que arrojan nueva luz sobre aquellos. En ese contexto, un
reconsideración de esta relación podría llegar a ser beneficiosa para ambas
tradiciones.
Palabras
clave:
psicología humanista, psicología conductual, contextualismo, terapia de
aceptación y compromiso, TCC, factores comunes.
En la superficie, la
división histórica entre aproximaciones humanistas y las terapias conductual y
cognitiva es sustancial. La psicología humanista se definió históricamente a si
misma hasta cierto grado por su oposición a la psicología conductual y al
psicoanálisis (por consiguiente el término “tercera fuerza”). Hasta este día,
entidades tales como la Association for Humanistic Psychology explica al
humanismo de este modo (v.g., http://www.ahpweb.org/aboutahp).
Los psicólogos
humanistas pensaban que el ala conductual era uniformemente mecanicista,
mientras que el humanismo era holista y contextualista: “la ciencia mecanicista
(que en psicología toma la forma del conductismo) [es] demasiado estrecha y
limitada para servir como una filosofía general o abarcativa” (Maslow, 1966, p.
3). El conductismo supuestamente se centraba completamente en un organismo
pasivo que respondía a contingencias externas, o explicaciones input-output
extraídas completamente del aprendizaje animal, mientras que el humanismo
lidiaba con un organismo activo que era diferente en muchas maneras de los
animales no humanos, particularmente, en el área de la cognición (Maslow,
1966). La psicología humanista enfatizaba los temas existencial e interpersonal
tales como el significado, el propósito, los valores, la elección, la
espiritualidad, la auto-aceptación, y la auto-realización – todo lo cual se
pensaba que se encontraban más allá del alcance de una psicología conductual.
Desde el inicio,
existían líneas funcionales y contextuales de pensamiento conductual que
entendían la importancia de estos tópicos y buscaban una mayor integración,
pero se perdieron las oportunidades, y las que ocurrieron no fueron apreciadas.
El fundador de la revista Behaviorism,
Willard Day, buscaba abiertamente la reconciliación entre el conductismo
radical y la fenomenología (Day, 1969). La mayoría de terapeutas Gestalt
actuales encontrarían incomprensible que el coautor que contribuyó con los
ejercicios extensos, personales y aplicados (véase Perls, introducción, p.
VIII) al libro original sobre Gestalt
Therapy (véase Perls, Hefferline y Goodman, 1951) fue Ralph Hefferline, un
miembro de facultad de psicología experimental en Columbia y un conductista
radical que hacia correr ratas en la tradición skinneriana (Knapp, 1986). Por
razones que son fáciles de entender hoy en día, Hefferline objetó la etiqueta
“Gestalt”, prefiriendo el término “Terapia Integrativa” (Shepard, 1975, p. 63),
pero la integración no estaba a la orden del día y las dos tradiciones
estuvieron muy separadas durante décadas.
Hoy en día, una
realineación fundamental está en marcha entre la tradición conductual y la
psicología humanista. Los investigadores de la terapia conductual cognitiva
(TCC) ahora testean y desarrollan rutinariamente métodos que se basan
explícitamente en psicología humanista (v.g., Entrevista Motivacional, Miller y
Rollnick, 2002). Sin embargo, la realineación es más profunda que eso. Un
conjunto grande de métodos basados en aceptación, atención plena y valores han
surgido desde dentro de la TCC que abordan extensamente temas adoptados
clásicamente por la psicología humanista (irónicamente este conjunto de métodos
a menudo son llamados TCC de “tercera ola”; Hayes, 2004, pero usaremos el
termino menos confuso “TCC contextual”, Hayes,
Villatte, Levin y Hildebrandt, 2011). Estos incluyen a la Terapia de Aceptación
y Compromiso (ACT: Hayes, Strosahl y Wilson, 2011), Terapia Conductual
Dialéctica (Linehan, 1993), y Terapia Cognitiva Basada en Atención Plena
(Seagal, Williams y Teasdale, 2002), entre muchos otros métodos (Hayes,
Villatte y cols., 2011). Algunas partes de este cambio están vinculadas a los
desarrollos en el pensamiento conductual en sí que mantienen la esperanza de un
diálogo más transformador entre el humanismo y el conductismo. Esto parece ser
más sorprendente cierto de la tradición ACT (sorprendente porque surgió a
partir del análisis de la conducta), razón por la cual enfatizaré esa esquina
de la TCC en mis comentarios.
Similitudes filosóficas entre el humanismo y las
perspectivas conductuales contextuales
La psicología humanista
se ve a sí misma como holista y contextualista, pero también existen fuertes
perspectivas holistas y contextualistas dentro del pensamiento conductual. Esto
siempre fue cierto (Day y Hefferline son ejemplos), pero era invisible para
aquellos fuera de la tradición conductual, e históricamente era controversial
para aquellos dentro de ella. A medida que las cualidades contextualistas de
algunas perspectivas conductuales se han vuelto más claras y esa ala se ha
vuelto más importante, una reconsideración de la relación con el humanismo es
un paso siguiente natural.
La unidad analítica
central de todas las formas de contextualismo es el acto-en-contexto en marcha:
la acción situada de la persona completa (Pepper, 1942). Es hacer a medida que
se es hecho, tanto en una contexto histórico como en uno situacional, tal como
ir a la tienda, o tratar de ser entendido. Las acciones de ese tipo son
inherentemente holísticas y propositivas – las acciones son definidas por el
propósito y el significado de estas – lo cual proporciona el trasfondo
filosófico de la importancia de temas tales como el significado, el propósito,
las necesidades, las metas y los valores, para la psicología humanista.
El paisaje cambia una
vez que se comprende que esto es cierto para los propios científicos (véase
Skinner, 1945, para un ejemplo clásico). Los científicos también tienen una
historia, también actúan en un contexto, y también tienen metas y valores para
sus trabajos científicos. Por esa razón, existen variedades de contextualismo
científico, organizadas y definidas por sus metas y propósitos (Hayes, Hayes,
Reese y Sarbin, 1993).
Las formas más comunes
de contextualismo son todas descriptivas
– buscan una apreciación delos participantes en un todo significativo (Hayes,
1993). Elección, metas, significado, narrativa y propósito son temas comunes
para los psicólogos humanistas en parte porque estas son características que
definen y ayudan a formar la totalidad de la acción humana. Este anhelo por la
apreciación de los participantes clave en el todo se refleja en el modo en que
los existencialistas buscan comprender cómo un ser humano completo enfrenta un
mundo sin sentido y, por elección, crea significado en medio de la
desesperación, la ansiedad y la nada; o en el modo en que los rogerianos
exploran la capacidad del cliente para la autodirección e integración.
Sin embargo, si las
metas son una elección, los contextualistas puede elegir otras metas, y lo que
surge a partir de un análisis científico puede diferir entre los
contextualistas si sus metas son diferentes. Hay un ala contextual funcional
del pensamiento conductual que revela esta posibilidad (Hayes, Hayes y Reese,
1988). El contextualismo funcional tiene como su meta la
predicción-e-influencia de los eventos psicológicos con precisión, alcance y
profundidad (Hayes, Strosahl y Wilson, 2011). Skinner afirmaba que los
propósitos de la ciencia eran la predicción y el control como si esto fuera un
hecho objetivo (1953, p. 14 y p. 35), pero esa forma de hablar es dogmática.
Sus propósitos eran predecir e influir en los eventos psicológicos. Una vez que
esto se expresa bien, la alianza natural del contextualismo funcional y el
descriptivo puede explorarse mejor (véase Hayes y cols., 1993 para un ejercicio
de ese tipo con la extensión de un libro). La posibilidad de propósitos
diferentes está integrada en el pensamiento contextual. Lo que es clave para la
comunicación exitosa entre psicólogos contextualistas es que la verdad se vea
como una cuestión del logro del propósito en vez de un asunto de ontología, y
que los diferentes objetos queden claros.
Clínicamente, todas las
formas de contextualismo se centran en el significado y propósito locales. Esta
postura ayuda al clínico a dejar de lado de manera más general las grandes afirmaciones
ontológicas y, en consecuencia, cualquier necesidad de forzar a los clientes a
una cosmovisión particular. Los propósitos y valores del cliente son la métrica
para el trabajo clínico. No existe necesidad de luchar por quien está en “lo
correcto” – el punto es empoderar a los clientes a perseguir sus necesidades y
valores más profundos aportando curiosidad y creatividad al cómo manejan su
propia historia y circunstancia. La agenda analítica natural del cliente (comprensión
para un propósito activo) puede volverse la agenda del clínico – un proceso que
fomenta la construcción de alianzas y la centralidad de la relación
terapéutica. Este párrafo se aplica con igual fuerza para los contextualistas
funcionales, como aquellos en la tradición ACT y algunas otras alas de la TCC contextual,
como lo hace para los contextualistas descriptivos, como aquellos en la
tradición humanista, y por una simple razón: hay un largo solapamiento
filosófico entre las dos. A medida que se aplica a los clientes, no hay una razón
a priori para pensar que los contextualistas funcionales están en desventaja en
comparación con las formas descriptivas: después de todo, los propios clientes generalmente
quieren influir en la conducta.
Lenguaje y cognición humanos
Si eso es correcto,
entonces ¿por qué se ha tardado tanto en ser explorada una alianza natural? Parte
de ello fue que los humanistas confundieron que algo de la tradición conductual era toda la tradición conductual. Hay un ala de la psicología
conductual que es de hecho mecanicista, pero esto no es universalmente cierto y
solo aquellos dentro de la tradición probablemente conocerían la diferencia
debido al solapamiento en la terminología técnica.
Sin embargo, la parte
más grande fue un problema con la psicología conductual en sí: incluso las alas
más contextualistas no podían abordar de manera significativa el lenguaje y la
cognición en el momento en que se estaba formando la psicología humanista. Sin
una manera de tratar la cognición humana, las preocupaciones centrales de la
psicología humanista son simplemente incomprensibles. Los principios
conductuales derivados de los animales no humanos no son por si solos una base
adecuada para explorar el significado, el propósito, los valores, la elección,
la espiritualidad, auto-aceptación y auto-realización. En la década de 1960,
incluso esa afirmación seria controversial dentro de la psicología conductual,
pero para la mayoría de psicólogos conductuales hoy en día, no lo sería.
Dentro de la TCC de
tendencia principal, ciertamente no lo sería, ya que la TCC tradicional ha
abrazado una variedad de perspectivas cognitivas. En general, estas no han sido extraídas a partir del
procesamiento informacional o la ciencia cognitiva (mucho de lo cual es
mecanicista), sino más bien a partir de teóricas clínicas de la cognición. Las
teorías específicas varían, pero pocas tienen alguna reticencia con principios
para abordar el significado y el propósito o temas similares.
Quizás, el caso más
interesante es el análisis conductual clínico y la ACT, porque se ha mantenido
vinculada a la misma tradición que originalmente estuvo basada por completo en
el aprendizaje animal y que fue resistida por los primeros psicólogos
humanistas. Reconsiderar la relación en este caso es posible porque la
psicología conductual no dejé de desarrollarse en la década de 1960. La ACT
está basada en una teoría conductual de la cognición que se ha convertido en
una de las teorías analítico-conductuales básicas más comúnmente investigadas
de la acción humana: Teoría del marco relacional (RFT: Hayes, Barnes-Holmes y
Roche, 2001).
La RFT puede ser
bastante arcana, y es imposible abordarla con cierto detalle aquí debido a la
extensión y el propósito de esta pieza, pero los libros clínicamente accesibles
sobre ella se encuentran ahora disponibles para los lectores interesados (v.g.,
Torneke, 2010). Acuerdo a la RFT, el núcleo esencial del lenguaje y la
cognición superior es la habilidad aprendida de derivar relaciones mutuas y
combinatorias entre eventos, y cambiar las funciones de los eventos sobre esa
base. Si se le dijera a un lector que X es más grande que Y y que Y es más
grande que Z, eso sería suficiente para derivar una red entera de relaciones
entre X, Y y Z. Si Z fuera ahora apareada con una descarga eléctrica, X
produciría mucho más activación
emocional que la propia Z, debido a la relación cognitiva entre X y Z en lugar
de la experiencia directa (Dougher, Hamilton, Fink y Harrington, 2007 proporciona
una demostración experimental). Dicho de otro modo, el lenguaje y la cognición
humanos cambian como operan los
principios del aprendizaje directos. Varios estudios han mostrado que
aprendemos a derivar relaciones de este tipo, pero una vez aprendido, los seres
humanos viven en un mundo psicológico radicalmente diferente – como los
humanistas han expresado sin cesar.
Considere, por ejemplo,
como la cognición humana altera el efecto de las consecuencias de la acción.
Una persona que ha sido criticada, atacada o encarcelada debido a su lucha por
justicia social puede no reaccionar a las consecuencias dolorosas como un
animal no verbal podría hacerlo. Los ataques pueden recordarle a la persona
incluso aún más el grado de injusticia que existe; el dolor puede crear incluso
más empatía en relación al sufrimiento de los oprimidos; mantenerse fiel a los
valores puede proporcionar sentido y dignidad al encarcelamiento; y así
sucesivamente. En otras palabras, los efectos del dolor y la lucha pueden ser
transformados mediante nuestra capacidad psicológica de formular una relación “si...entonces”
entre acciones y consecuencias, tal como la posibilidad de un mundo más justo.
Las ideas centrales
detrás de la RFT han recibido apoyo empírico en una literatura rápidamente
creciente que abarca más de 100 estudios (para los tratamientos recientes de la
extensión de un libro véase Hayes y cols., 2001; McHugh & Stewart, en
prensa; Rehfeldt y Barnes-Holmes, 2009; Torneke, 2010). Los psicólogos
humanistas pueden sentirse vindicados por tales cambios en la tradición conductual,
pero llegar a este acuerdo a través de un lento programa de investigación
inductiva paso a paso significa que los aliados conductuales no lleguen a la
mesa con las manos vacías. La psicología conductual tiene ahora un mayor
entendimiento de los principios y procesos basados experimentalmente los que a
su vez pueden ser utilizados para examinar algunas de las preguntas clave de
interés para los psicólogos humanistas.
El consenso TCC contextual:
Abierto, conciente e involucrado
En una revisión
reciente del rango completo de métodos de TCC contextual (Hayes, Villatte y
cols., 2011), encontraron tres tendencias comunes en términos de métodos y
propósitos. Casi todas ellas incluían métodos para promover una mayor apertura
emocional y cognitiva; para incrementar una conciencia plena del momento
presente; y para promover un involucramiento conductual más significativo o
basado en valores. El ala ACT tiene un nombre para esta colección: flexibilidad
psicológica. La inflexibilidad parece convertirse en un modelo de consenso de
facto de la psicopatología y un blanco para el tratamiento en la TCC
contextual, mientras que la promoción de una mayor flexibilidad es un blanco
clave de las intervenciones.
La ACT ha estado
enfocada particularmente en explicar este modelo en detalle (v.g., Hayes,
Strosahl y Wilson, 2011). Debido a las características clave del lenguaje y la
cognición humanos, las personas se enredan fácilmente con sus propios
pensamientos y evitan sus propios emociones, recuerdos y sensaciones. Las
personas que están luchando empiezan a construir sus vidas como si fueran
problemas a ser resueltos. A medida que eso ocurre, la atención permanece
enfocada rígidamente en el pasado (detectando fuentes de información acerca de
la procedencia de los problemas) y el futuro (examinando si el problema desaparecerá)
en vez de en el momento presente. Las personas empiezan a creer historias
acerca de quiénes son o necesitan ser y los eventos que fallan en encajar con
la historia se vuelven incluso más amenazantes. La capacidad para elegir y
actuar en base a valores parece distante, y se adopta una postura conductual
pasiva o reactiva.
Terapéuticamente, cada
uno de estos procesos puede ser trasformados para fomentar crecimiento humano. En
lugar de enredo, las personas pueden aprender a ver sus propios pensamientos meramente
como un proceso desplegado de sentido que puede ser usado o no, ya sea que se
“crea” en ellos o no. En lugar de evitación, las personas pueden adoptar una
postura de curiosidad genuina sobre el ascenso y caída de sus propias emociones,
recuerdos y sensaciones – aprender a aceptar la presencia de estas casi como
uno acepta un regalo. Las personas pueden aprender a colocar atención plena en
el momento presente y asignar la atención a eventos en base a lo que vale la
pena y es útil, en lugar de lo que es meramente habitual. En vez de defender
una historia conceptual sobre sí mismos, la flexibilidad psicológica es
potenciada fomentando un contacto con el “Yo/aquí/ahora” de la conciencia –
mirar “desde” la conciencia, no a la conciencia. Esto brinda un sentido más
espiritual o trascedente de la conciencia en el que los muchos aspectos
dispares de la personalidad y la historia pueden ser integrados en la
conciencia en sí. Los valores son abrazados como elecciones con respecto a las
consecuencias de importancia para los patrones continuos de acción,
estableciendo cualidades positivas y significativas que son intrínsecas a la
acción en sí misma. Finalmente, la habilidad para responder está vinculada a
estos valores, y el desafío del crecimiento es realizado como un asunto de
construcción de patrones cada vez más grandes de acción comprometida vinculados
a los valores elegidos.
Existe una notable
resonancia entre esta perspectiva y la de las formas modernas de la psicología
humanista (v.g., Schneider, 2008). La ACT y el resto de métodos de la TCC
contextual no adoptaron estas ideas al por mayor a partir de la psicología
humanista – ellos caminaron un camino distinto de desarrollo intelectual. Pero
han arribado a un lugar similar en ciertas áreas clave y, como resultado, ahora
puede ocurrir una discusión profunda y ricamente interconectada sobre la
condición humana entre estas tradiciones. Ser capaz de tener una conversación
significativa y mutuamente beneficiosa del tipo representado en este artículo
es una señal de realineación dentro de la psicología clínica misma.
Espiritualidad y la relación terapéutica
Gran retórica de ese
tipo (aunque cierta en mi opinión) corre el riesgo de poner la barra tan alta
que cualquier cosa que se diga en una pieza breve tal como esta se desinflará
por completo. Mi enfoque será brindar dos ejemplos, con suficientes vínculos a
la literatura que los lectores interesados pueden ver por sí mismos. Otros
tópicos, tal como la auto-aceptación o los valores, serian igualmente útiles, pero
el espacio impide su exploración (pero véase Hayes y cols., 2001). Mi tema es
este: ahora pueden realizarse pasos clínicos concretos que reflejen las
creencias centrales tanto de los
psicólogos humanistas como
conductuales, y que se basan en un conjunto solido de procesos derivados
experimentalmente que también pueden ser usados para crear un enfoque empírico
más progresivo hacia los tópicos humanistas.
Espiritualidad y
trascendencia
El primer artículo
alguna vez escrito sobre la ACT y la RFT fue titulado “Dar sentido a la
espiritualidad” (Hayes, 1984). Los investigadores RFT (véase McHugh y Stewart,
2012, para una revisión de la extensión de un libro) ahora pueden entender
algunos de los procesos cognitivos que distinguir al “yo” en el sentido de una
conceptualización narrativa y un sentido trascendente del “yo”. Al aprender
relaciones verbales deícticas tales como Yo/Tú, Aquí/Ahora y Ahora/Entonces,
los niños adquieren un sentido de mirar desde la conciencia - la cualidad “Yo/Aquí/Ahora” de la
conciencia. Hay un cuerpo creciente de trabajo empírico que muestra que las
relaciones deícticas subyacen a la toma de perspectiva en el desarrollo (v.g., McHugh, Barnes-Holmes,
Barnes-Holmes, Whelan y Stewart, 2007), y que el entrenamiento en relaciones
deícticas mejora la toma de perspectiva y la ejecución en la teoría de la mente
(v.g., Weil, Hayes y Capurro, en prensa). Existe una cualidad inefable de este
aspecto del yo porque una vez que se establece en la niñez temprana, sus bordes
o límites nunca pueden ser conocidos conscientemente, proporcionando una
sensación de expansividad o trascendencia para la conciencia. Más que una cosa
con características conocidas, este sentido de “testigo interno” o “yo
observador” sirve como un contexto para el conocimiento verbal en sí mismo.
Un
sentido trascendente del yo es crítico en terapia porque a diferencia del yo
conceptualizado (el yo evaluado, similar a un objeto), es un sentido del yo que
no puede ser amenazado por el contenido de la experiencia. Los psicólogos
humanistas han usado durante mucho tiempo métodos diseñados para fomentar el
contacto con este sentido del yo (v.g., Assagioli, 1965) en parte por esa
razón. Además, este es el aspecto de la conciencia que ayuda a que las
relaciones ocurran porque es el andamiaje de la toma de perspectiva. De hecho,
los investigadores de la RFT han encontrado que sin habilidades deícticas, las
personas no disfrutan estar con los demás (Vilardaga, Estévez, Levin y Hayes,
en prensa). La cualidad transpersonal de la conciencia surge porque las relaciones
cognitivas deícticas trazan las implicaciones de toma de perspectiva acerca del
tiempo, el lugar y la persona: “Empiezo a experimentarme a mí mismo como un ser
humano consciente en el preciso momento en que empiezo a experimentarte a ti como
un ser humano consciente. Veo desde una perspectiva porque veo que tú ves desde
una perspectiva. La conciencia es compartida…La conciencia se expande a través
del tiempo, del lugar y de la persona. En un sentido profundo, la conciencia en
si contienen la cualidad psicológica de que nosotros
somos concientes. Sin tiempo. En todas partes” (Hayes, Strosahl y Wilson, 2011, p. 90, énfasis
añadido).
¿Qué añade a las ideas
humanistas el entender los procesos involucrados, clínicamente hablando?
Incrementa la habilidad de evaluar, entender, medir y cambiar estos procesos en
progreso. Si bien hay medidas formales disponibles (véase McHugh y Stewart,
2012), la facilidad con la que una persona puede cambiar la perspectiva a lo
largo del tiempo, el lugar o la persona, puede ser usada como una señal dentro
de sesión para este aspecto clave de la conciencia. Entender los procesos que
subyacen a la trascendencia ayudan a dar sentido al porque el integrar aspectos
de la propia personalidad puede fomentarse alentando la toma de perspectiva en
terapia. Es fácil introducir cambios frecuentes de perspectivas en el trabajo
clínico (v.g., “¿Qué crees que pueda estar sintiendo mientras te escucho decir
eso?” o “Si fueras tu padre, ¿Qué te dirías a ti mismo?”). Los terapeutas ACT
hacen tales cosas como hacer que los clientes se escriban cartas desde un
futuro distante y más sabio; o visitarse a sí mismos como niños pequeños en
momentos dolorosos y tener una conversación con sí mismos. De un modo similar,
entender que este sentido del yo es difícil de contactar cuando el yo
conceptualizado es dominante es una razón por la que los terapeutas ACT tratan
de debilitar la consistencia del lenguaje literal a través de métodos de
atención plena tales como aprender a ver flotar los pensamientos así como uno
podría ver las hojas en una corriente.
En otras palabras, en
principio, un entendimiento enfocado en procesos permite a los clínicos estar
basados en evidencia de otro modo que simplemente aplicar terapias manualizadas
vinculadas a síndromes, a saber, detectar y cambiar procesos basados en
evidencia que son aplicables al caso. Esto es posible sin ningún sentido de “basarse
en fórmulas” en la terapia. La objeción común a la ciencia experimental es que
ella ignora los elementos espontáneos, intuitivos o inefables que son centrales
para el trabajo clínico. Esto es mucho menos probable cuando se pueden utilizar
procesos clínicos validados experimentalmente para apoyar la sensibilidad hacia
el cliente y hacia uno mismo y, en consecuencia, maximizar la probabilidad del
aprendizaje experiencial. Por ejemplo, hay quizás mas evidencia sobre la
importancia de la evitación experiencial que cualquier otro proceso de la ACT
(Chawla y Ostafin, 2007) – y aun cuando los clínicos aprendan a ver la
evitación experiencial en progreso en sus clientes y en ellos mismos, están
mejor posicionados para realizar pasos clínicos, ya sea que se llamen
“técnicas” o no, ello fomentará el crecimiento personal. La segunda área que
abordaremos es otro ejemplo de ese mismo enfoque.
La relación
terapéutica
Hay una vasta
literatura que muestra que la relación terapéutica está relacionada con el
éxito de la psicoterapia (v.g., Horvath, Del Re, Fluckiger y Symonds, 2011;
Wampold, 2001). Sin embargo, apreciar su importancia y hacer algo respecto a
ello son dos cosas diferentes. Muchos autores humanistas, incluyendo algunos en
la presente conversación, afirman que la “técnica” explica poco del resultado
de la psicoterapia, mientras que las variables de relación terapéutica y
terapeuta explican mucho más. Algunos han tratado de argumentar a favor de un
foco humanista sobre esa base (v.g., Horvath y cols., 2011; Wampold, 2007),
vinculando esencialmente el propio futuro de esta importante tradición con hallazgos
correlacionales sobre los procesos de cambio y con una estrategia de
meta-análisis de cierto modo controversial. Eso no es sabio.
La vasta mayoría de
terapeutas que escuchan sobre los datos acerca de la importancia de la relación
terapeuta creen secretamente que esto significa que ellos mismos son efectivos,
ya que les importa la relación terapéutica y les importa sus clientes.
Desafortunadamente, eso es imposible. No vivimos en un lago Woebegone
terapéutico.
Los factores de la
relación funcionan para explicar los resultados solo porque la mitad de los
terapeutas se encuentran por debajo del promedio – presumiblemente sin saberlo.
Los clínicos probablemente también crean que estos hallazgos significan que si ellos
se enfocan aún más en la relación, serán más efectivos. Esto no es necesariamente
así. Los terapeutas pueden fácilmente hacer cosas impulsados por esa urgencia o
creer que podría ser artificial, o basado excesivamente en reglas. Por ejemplo,
un clínico podría ser menos directivo en un momento que lo requiere sobre la
base de que esto podría dañar la relación terapéutica, o podría “asesorar ante
la prueba” alentando artificialmente el acuerdo del cliente con las
características de la alianza (v.g., Al enterarse que “Creo que le gusto a ____”
es un ítem del cliente en el Inventario de la Alianza Útil, un terapeuta podría
repetir “Me gustas” a los clientes). Esta es una reafirmación de la
preocupación clásica de la psicología humanista con respecto a los modos en que
las reglas científicas pueden abrumar la sensibilidad hacia la persona y el
momento. La única manera de probar que ello no está sucediendo es la evidencia
experimental, no el tipo de evidencia correlacional promovida clásicamente por los
teóricos de los factores comunes.
Una perspectiva
conductual fundamentada en el contextualismo funcional proporciona un punto de
inicio diferente y más práctico para esta cuestión. ¿Qué habilidades o procesos
dan cuenta de tales relaciones y pueden ser entrenados con el fin de producir
mejores resultados?
Ese enfoque saca estos
factores importantes del recipiente de los “factores no específicos” y en su
lugar los convierte en un blanco para el desarrollo y evaluación de
tratamientos. Las “técnicas” ni incluyen simplemente procedimientos para los
clientes, sino también procedimientos para el terapeuta y el entrenamiento de
estos (cf., Hilsenroth, Cromer y Ackerman, 2012). Por ejemplo, si se les puede
mostrar a los terapeutas como
desarrollar alianzas terapéuticas poderosas y efectivas, cualquier beneficio
que resulte es ahora un efecto específico, no un efecto de un “factor común”.
En la tradición ACT, hemos sugerido que las relaciones empoderadoras son
relaciones psicológicamente flexibles (véase Hayes, Strosahl y Wilson, 2011).
Es decir, las relaciones son empoderadoras cuando son aceptadoras, cuando no se
tratan sobre quien está en lo correcto y quien está equivocado, sino más bien
cuando pueden explorarse diferentes ideas, cuando son flexiblemente atentas en
el ahora, cuando tienen una cualidad de conciencia mutua y una habilidad para
tomar la perspectiva del otro, cuando están basadas en valores y
condicionalmente activas. Estas son simplemente reafirmaciones de las características
de la flexibilidad psicológica en la medida en que se aplican a la relación
terapéutica. Enunciado en un estilo más simple, la relación terapéutica es
poderosa si es abierta, conciente e involucrada. Si esto es correcto, esto
proporciona blancos importantes para todos los terapeutas interesados en
establecer relaciones empoderadoras con sus clientes dado que existen métodos
específicos disponibles que son conocidos mediante experimentación (no meras correlaciones) para fomentar apertura,
conciencia y un involucramiento basado en valores.
Un estudio reciente
(Gifford y cols., 2011) encontró que la alianza útil mediaba resultados, pero
cuando la alianza útil y los cambios en la flexibilidad psicológica del cliente
eran ingresados en un modelo de múltiples mediadores, únicamente la
flexibilidad psicológica se mantenía como un mediador – la alianza útil ya no
era significativa. Esto no quiere decir que la alianza útil no sea importante –
más bien sugiere que las relaciones terapéuticas poderosas son importantes en
parte porque instigan, modelan y apoyar una mayor flexibilidad psicológica. Eso
sería importante para el campo y para la psicología humanista si fuera verdad, y
brindaría un modelo para una manera más empíricamente responsable y quizás más
efectiva de trabajar a través de las implicaciones de la relación terapéutica
para la intervención clínica.
Humanismo y ciencia experimental tradicional
El ascenso del interés
de los enfoques humanistas y el abrazo de los temas humanistas por parte de las
terapias conductuales y cognitivas reta a la psicología humanista a realizar
una elección muy difícil. Históricamente, no había manera de mantener un
entendimiento firme sobre las cuestiones humanísticas sin alejarse hasta cierto
punto de la ciencia psicológica experimental tradicional, incluso de las
variedades más contextualistas. Un vasto conjunto de explicaciones surgió
dentro de la tradición humanista sobre este escepticismo: la ciencia humana es
diferente de la ciencia física; simplemente la investigación cualitativa es tan
importante como la investigación cuantitativa; los experimentos analizados
colectivamente anulan la historia personal de los individuos; y así
sucesivamente a través de una larga lista. Muchas de estas cuestiones son
importantes fuera del humanismo per se (la tradición conductual incluso está de
acuerdo con algunas de ellas) y de ningún modo quiero simplemente dejarlas de
lado. Pero tomadas como un todo, han hecho retroceder a la psicología humanista
hasta casi un cul de sac disciplinario y una relación innecesariamente distante
con la ciencia psicológica experimental tradicional.
El costo ha sido alto,
desde la participación limitada de la psicología humanista en el movimiento de
la práctica basada en evidencia hasta la ausencia de fondos de subvención para
fomentar el desarrollo de tratamientos y la resistencia en la contratación de
personal humanista en universidades orientadas a la investigación de alta
calidad. Pero, quizás, el costo más alto es para la progresividad. La evidencia
experimental sistemática permite que ideas equivocadas sean abandonadas y que
ideas nuevas se afiancen por razones diferentes a la mera persuasión o el
carisma de los defensores. La psicología humanista ha pasado un momento difícil
abandonando ideas, o proporcionando evidencia de que las ideas actuales son
mejores que las anteriores. Cuando les he pedido a mis colegas humanistas que
me dieran diversos ejemplos de ideas que alguna vez fuertemente creídas y ahora
abandonadas dentro de la tradición de estos, no pueden. Por el contrario, en la
historia de la ciencia, virtualmente se muestra en última instancia que todas
las teorías son erróneas al menos hasta cierto grado, dado solo el tiempo y la
evidencia suficientes. Es por eso que la ciencia es progresiva de un modo que
el arte nunca puede serlo.
Aunque entiendo que
será fácil descartar o negar estos puntos, y que sería doloroso alejarse de
objeciones de larga data, el crecimiento en si sugiere una postura diferente.
Así como una vida vital significa dejar ir las concepciones pasadas cuando ya
no son útiles y sacar ventaja de nuevas oportunidades y nuevas relaciones, del
mismo modo, la vitalidad de las ideas humanistas puede ser desarrollada explorando
activamente el realineamiento con las terapias conductuales y cognitivas que ya
está ocurriendo, y aprender a usar los métodos experimentales básicos y aplicados,
y aprendiendo que han defendido.
Parece cada vez más posible usar una ciencia psicológica experimental para
explorar los procesos que subyacen a los tópicos humanistas, y quizás sin
distorsionar las sensibilidades humanistas fundamentales. Por el bien de
aquellos a los que servimos, sería una vergüenza no hacer eso.
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[1] La
correspondencia concerniente a este artículo debería ser dirigida a Steven C.
Hayes, Department of Psychology, University of Nevada, Reno, NV 89557-0062.
E-mail: hayes@unr.edu
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