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martes, 5 de noviembre de 2019

Psicología humanista y perspectivas conductuales contextuales


Steven C. Hayes[1]
University of Nevada – Reno

La psicología humanista se definió históricamente a sí misma en parte por su oposición a la psicología conductual, pero ahora existen las condiciones para una reconsideración fundamental de la relación entre estas dos tradiciones. La psicología conductual incluye a las variantes contextualistas y ya no se limita a los principios extraídos del aprendizaje animal. Las terapias conductual y cognitiva abordan comúnmente tópicos humanistas y han desarrollado recuentos procesales que arrojan nueva luz sobre aquellos. En ese contexto, un reconsideración de esta relación podría llegar a ser beneficiosa para ambas tradiciones.

Palabras clave: psicología humanista, psicología conductual, contextualismo, terapia de aceptación y compromiso, TCC, factores comunes.


En la superficie, la división histórica entre aproximaciones humanistas y las terapias conductual y cognitiva es sustancial. La psicología humanista se definió históricamente a si misma hasta cierto grado por su oposición a la psicología conductual y al psicoanálisis (por consiguiente el término “tercera fuerza”). Hasta este día, entidades tales como la Association for Humanistic Psychology explica al humanismo de este modo (v.g., http://www.ahpweb.org/aboutahp).
Los psicólogos humanistas pensaban que el ala conductual era uniformemente mecanicista, mientras que el humanismo era holista y contextualista: “la ciencia mecanicista (que en psicología toma la forma del conductismo) [es] demasiado estrecha y limitada para servir como una filosofía general o abarcativa” (Maslow, 1966, p. 3). El conductismo supuestamente se centraba completamente en un organismo pasivo que respondía a contingencias externas, o explicaciones input-output extraídas completamente del aprendizaje animal, mientras que el humanismo lidiaba con un organismo activo que era diferente en muchas maneras de los animales no humanos, particularmente, en el área de la cognición (Maslow, 1966). La psicología humanista enfatizaba los temas existencial e interpersonal tales como el significado, el propósito, los valores, la elección, la espiritualidad, la auto-aceptación, y la auto-realización – todo lo cual se pensaba que se encontraban más allá del alcance de una psicología conductual.
Desde el inicio, existían líneas funcionales y contextuales de pensamiento conductual que entendían la importancia de estos tópicos y buscaban una mayor integración, pero se perdieron las oportunidades, y las que ocurrieron no fueron apreciadas. El fundador de la revista Behaviorism, Willard Day, buscaba abiertamente la reconciliación entre el conductismo radical y la fenomenología (Day, 1969). La mayoría de terapeutas Gestalt actuales encontrarían incomprensible que el coautor que contribuyó con los ejercicios extensos, personales y aplicados (véase Perls, introducción, p. VIII) al libro original sobre Gestalt Therapy (véase Perls, Hefferline y Goodman, 1951) fue Ralph Hefferline, un miembro de facultad de psicología experimental en Columbia y un conductista radical que hacia correr ratas en la tradición skinneriana (Knapp, 1986). Por razones que son fáciles de entender hoy en día, Hefferline objetó la etiqueta “Gestalt”, prefiriendo el término “Terapia Integrativa” (Shepard, 1975, p. 63), pero la integración no estaba a la orden del día y las dos tradiciones estuvieron muy separadas durante décadas.
Hoy en día, una realineación fundamental está en marcha entre la tradición conductual y la psicología humanista. Los investigadores de la terapia conductual cognitiva (TCC) ahora testean y desarrollan rutinariamente métodos que se basan explícitamente en psicología humanista (v.g., Entrevista Motivacional, Miller y Rollnick, 2002). Sin embargo, la realineación es más profunda que eso. Un conjunto grande de métodos basados en aceptación, atención plena y valores han surgido desde dentro de la TCC que abordan extensamente temas adoptados clásicamente por la psicología humanista (irónicamente este conjunto de métodos a menudo son llamados TCC de “tercera ola”; Hayes, 2004, pero usaremos el termino menos confuso “TCC contextual”, Hayes, Villatte, Levin y Hildebrandt, 2011). Estos incluyen a la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT: Hayes, Strosahl y Wilson, 2011), Terapia Conductual Dialéctica (Linehan, 1993), y Terapia Cognitiva Basada en Atención Plena (Seagal, Williams y Teasdale, 2002), entre muchos otros métodos (Hayes, Villatte y cols., 2011). Algunas partes de este cambio están vinculadas a los desarrollos en el pensamiento conductual en sí que mantienen la esperanza de un diálogo más transformador entre el humanismo y el conductismo. Esto parece ser más sorprendente cierto de la tradición ACT (sorprendente porque surgió a partir del análisis de la conducta), razón por la cual enfatizaré esa esquina de la TCC en mis comentarios.

Similitudes filosóficas entre el humanismo y las
perspectivas conductuales contextuales

La psicología humanista se ve a sí misma como holista y contextualista, pero también existen fuertes perspectivas holistas y contextualistas dentro del pensamiento conductual. Esto siempre fue cierto (Day y Hefferline son ejemplos), pero era invisible para aquellos fuera de la tradición conductual, e históricamente era controversial para aquellos dentro de ella. A medida que las cualidades contextualistas de algunas perspectivas conductuales se han vuelto más claras y esa ala se ha vuelto más importante, una reconsideración de la relación con el humanismo es un paso siguiente natural.
La unidad analítica central de todas las formas de contextualismo es el acto-en-contexto en marcha: la acción situada de la persona completa (Pepper, 1942). Es hacer a medida que se es hecho, tanto en una contexto histórico como en uno situacional, tal como ir a la tienda, o tratar de ser entendido. Las acciones de ese tipo son inherentemente holísticas y propositivas – las acciones son definidas por el propósito y el significado de estas – lo cual proporciona el trasfondo filosófico de la importancia de temas tales como el significado, el propósito, las necesidades, las metas y los valores, para la psicología humanista.
El paisaje cambia una vez que se comprende que esto es cierto para los propios científicos (véase Skinner, 1945, para un ejemplo clásico). Los científicos también tienen una historia, también actúan en un contexto, y también tienen metas y valores para sus trabajos científicos. Por esa razón, existen variedades de contextualismo científico, organizadas y definidas por sus metas y propósitos (Hayes, Hayes, Reese y Sarbin, 1993).
Las formas más comunes de contextualismo son todas descriptivas – buscan una apreciación delos participantes en un todo significativo (Hayes, 1993). Elección, metas, significado, narrativa y propósito son temas comunes para los psicólogos humanistas en parte porque estas son características que definen y ayudan a formar la totalidad de la acción humana. Este anhelo por la apreciación de los participantes clave en el todo se refleja en el modo en que los existencialistas buscan comprender cómo un ser humano completo enfrenta un mundo sin sentido y, por elección, crea significado en medio de la desesperación, la ansiedad y la nada; o en el modo en que los rogerianos exploran la capacidad del cliente para la autodirección e integración.
Sin embargo, si las metas son una elección, los contextualistas puede elegir otras metas, y lo que surge a partir de un análisis científico puede diferir entre los contextualistas si sus metas son diferentes. Hay un ala contextual funcional del pensamiento conductual que revela esta posibilidad (Hayes, Hayes y Reese, 1988). El contextualismo funcional tiene como su meta la predicción-e-influencia de los eventos psicológicos con precisión, alcance y profundidad (Hayes, Strosahl y Wilson, 2011). Skinner afirmaba que los propósitos de la ciencia eran la predicción y el control como si esto fuera un hecho objetivo (1953, p. 14 y p. 35), pero esa forma de hablar es dogmática. Sus propósitos eran predecir e influir en los eventos psicológicos. Una vez que esto se expresa bien, la alianza natural del contextualismo funcional y el descriptivo puede explorarse mejor (véase Hayes y cols., 1993 para un ejercicio de ese tipo con la extensión de un libro). La posibilidad de propósitos diferentes está integrada en el pensamiento contextual. Lo que es clave para la comunicación exitosa entre psicólogos contextualistas es que la verdad se vea como una cuestión del logro del propósito en vez de un asunto de ontología, y que los diferentes objetos queden claros.
Clínicamente, todas las formas de contextualismo se centran en el significado y propósito locales. Esta postura ayuda al clínico a dejar de lado de manera más general las grandes afirmaciones ontológicas y, en consecuencia, cualquier necesidad de forzar a los clientes a una cosmovisión particular. Los propósitos y valores del cliente son la métrica para el trabajo clínico. No existe necesidad de luchar por quien está en “lo correcto” – el punto es empoderar a los clientes a perseguir sus necesidades y valores más profundos aportando curiosidad y creatividad al cómo manejan su propia historia y circunstancia. La agenda analítica natural del cliente (comprensión para un propósito activo) puede volverse la agenda del clínico – un proceso que fomenta la construcción de alianzas y la centralidad de la relación terapéutica. Este párrafo se aplica con igual fuerza para los contextualistas funcionales, como aquellos en la tradición ACT y algunas otras alas de la TCC contextual, como lo hace para los contextualistas descriptivos, como aquellos en la tradición humanista, y por una simple razón: hay un largo solapamiento filosófico entre las dos. A medida que se aplica a los clientes, no hay una razón a priori para pensar que los contextualistas funcionales están en desventaja en comparación con las formas descriptivas: después de todo, los propios clientes generalmente quieren influir en la conducta.

Lenguaje y cognición humanos

Si eso es correcto, entonces ¿por qué se ha tardado tanto en ser explorada una alianza natural? Parte de ello fue que los humanistas confundieron que algo de la tradición conductual era toda la tradición conductual. Hay un ala de la psicología conductual que es de hecho mecanicista, pero esto no es universalmente cierto y solo aquellos dentro de la tradición probablemente conocerían la diferencia debido al solapamiento en la terminología técnica.
Sin embargo, la parte más grande fue un problema con la psicología conductual en sí: incluso las alas más contextualistas no podían abordar de manera significativa el lenguaje y la cognición en el momento en que se estaba formando la psicología humanista. Sin una manera de tratar la cognición humana, las preocupaciones centrales de la psicología humanista son simplemente incomprensibles. Los principios conductuales derivados de los animales no humanos no son por si solos una base adecuada para explorar el significado, el propósito, los valores, la elección, la espiritualidad, auto-aceptación y auto-realización. En la década de 1960, incluso esa afirmación seria controversial dentro de la psicología conductual, pero para la mayoría de psicólogos conductuales hoy en día, no lo sería.
Dentro de la TCC de tendencia principal, ciertamente no lo sería, ya que la TCC tradicional ha abrazado una variedad de perspectivas cognitivas. En general, estas no han sido extraídas a partir del procesamiento informacional o la ciencia cognitiva (mucho de lo cual es mecanicista), sino más bien a partir de teóricas clínicas de la cognición. Las teorías específicas varían, pero pocas tienen alguna reticencia con principios para abordar el significado y el propósito o temas similares.
Quizás, el caso más interesante es el análisis conductual clínico y la ACT, porque se ha mantenido vinculada a la misma tradición que originalmente estuvo basada por completo en el aprendizaje animal y que fue resistida por los primeros psicólogos humanistas. Reconsiderar la relación en este caso es posible porque la psicología conductual no dejé de desarrollarse en la década de 1960. La ACT está basada en una teoría conductual de la cognición que se ha convertido en una de las teorías analítico-conductuales básicas más comúnmente investigadas de la acción humana: Teoría del marco relacional (RFT: Hayes, Barnes-Holmes y Roche, 2001).
La RFT puede ser bastante arcana, y es imposible abordarla con cierto detalle aquí debido a la extensión y el propósito de esta pieza, pero los libros clínicamente accesibles sobre ella se encuentran ahora disponibles para los lectores interesados (v.g., Torneke, 2010). Acuerdo a la RFT, el núcleo esencial del lenguaje y la cognición superior es la habilidad aprendida de derivar relaciones mutuas y combinatorias entre eventos, y cambiar las funciones de los eventos sobre esa base. Si se le dijera a un lector que X es más grande que Y y que Y es más grande que Z, eso sería suficiente para derivar una red entera de relaciones entre X, Y y Z. Si Z fuera ahora apareada con una descarga eléctrica, X produciría mucho más activación emocional que la propia Z, debido a la relación cognitiva entre X y Z en lugar de la experiencia directa (Dougher, Hamilton, Fink y Harrington, 2007 proporciona una demostración experimental). Dicho de otro modo, el lenguaje y la cognición humanos cambian como operan los principios del aprendizaje directos. Varios estudios han mostrado que aprendemos a derivar relaciones de este tipo, pero una vez aprendido, los seres humanos viven en un mundo psicológico radicalmente diferente – como los humanistas han expresado sin cesar.
Considere, por ejemplo, como la cognición humana altera el efecto de las consecuencias de la acción. Una persona que ha sido criticada, atacada o encarcelada debido a su lucha por justicia social puede no reaccionar a las consecuencias dolorosas como un animal no verbal podría hacerlo. Los ataques pueden recordarle a la persona incluso aún más el grado de injusticia que existe; el dolor puede crear incluso más empatía en relación al sufrimiento de los oprimidos; mantenerse fiel a los valores puede proporcionar sentido y dignidad al encarcelamiento; y así sucesivamente. En otras palabras, los efectos del dolor y la lucha pueden ser transformados mediante nuestra capacidad psicológica de formular una relación “si...entonces” entre acciones y consecuencias, tal como la posibilidad de un mundo más justo.
Las ideas centrales detrás de la RFT han recibido apoyo empírico en una literatura rápidamente creciente que abarca más de 100 estudios (para los tratamientos recientes de la extensión de un libro véase Hayes y cols., 2001; McHugh & Stewart, en prensa; Rehfeldt y Barnes-Holmes, 2009; Torneke, 2010). Los psicólogos humanistas pueden sentirse vindicados por tales cambios en la tradición conductual, pero llegar a este acuerdo a través de un lento programa de investigación inductiva paso a paso significa que los aliados conductuales no lleguen a la mesa con las manos vacías. La psicología conductual tiene ahora un mayor entendimiento de los principios y procesos basados experimentalmente los que a su vez pueden ser utilizados para examinar algunas de las preguntas clave de interés para los psicólogos humanistas.

El consenso TCC contextual:
Abierto, conciente e involucrado

En una revisión reciente del rango completo de métodos de TCC contextual (Hayes, Villatte y cols., 2011), encontraron tres tendencias comunes en términos de métodos y propósitos. Casi todas ellas incluían métodos para promover una mayor apertura emocional y cognitiva; para incrementar una conciencia plena del momento presente; y para promover un involucramiento conductual más significativo o basado en valores. El ala ACT tiene un nombre para esta colección: flexibilidad psicológica. La inflexibilidad parece convertirse en un modelo de consenso de facto de la psicopatología y un blanco para el tratamiento en la TCC contextual, mientras que la promoción de una mayor flexibilidad es un blanco clave de las intervenciones.
La ACT ha estado enfocada particularmente en explicar este modelo en detalle (v.g., Hayes, Strosahl y Wilson, 2011). Debido a las características clave del lenguaje y la cognición humanos, las personas se enredan fácilmente con sus propios pensamientos y evitan sus propios emociones, recuerdos y sensaciones. Las personas que están luchando empiezan a construir sus vidas como si fueran problemas a ser resueltos. A medida que eso ocurre, la atención permanece enfocada rígidamente en el pasado (detectando fuentes de información acerca de la procedencia de los problemas) y el futuro (examinando si el problema desaparecerá) en vez de en el momento presente. Las personas empiezan a creer historias acerca de quiénes son o necesitan ser y los eventos que fallan en encajar con la historia se vuelven incluso más amenazantes. La capacidad para elegir y actuar en base a valores parece distante, y se adopta una postura conductual pasiva o reactiva.
Terapéuticamente, cada uno de estos procesos puede ser trasformados para fomentar crecimiento humano. En lugar de enredo, las personas pueden aprender a ver sus propios pensamientos meramente como un proceso desplegado de sentido que puede ser usado o no, ya sea que se “crea” en ellos o no. En lugar de evitación, las personas pueden adoptar una postura de curiosidad genuina sobre el ascenso y caída de sus propias emociones, recuerdos y sensaciones – aprender a aceptar la presencia de estas casi como uno acepta un regalo. Las personas pueden aprender a colocar atención plena en el momento presente y asignar la atención a eventos en base a lo que vale la pena y es útil, en lugar de lo que es meramente habitual. En vez de defender una historia conceptual sobre sí mismos, la flexibilidad psicológica es potenciada fomentando un contacto con el “Yo/aquí/ahora” de la conciencia – mirar “desde” la conciencia, no a la conciencia. Esto brinda un sentido más espiritual o trascedente de la conciencia en el que los muchos aspectos dispares de la personalidad y la historia pueden ser integrados en la conciencia en sí. Los valores son abrazados como elecciones con respecto a las consecuencias de importancia para los patrones continuos de acción, estableciendo cualidades positivas y significativas que son intrínsecas a la acción en sí misma. Finalmente, la habilidad para responder está vinculada a estos valores, y el desafío del crecimiento es realizado como un asunto de construcción de patrones cada vez más grandes de acción comprometida vinculados a los valores elegidos.
Existe una notable resonancia entre esta perspectiva y la de las formas modernas de la psicología humanista (v.g., Schneider, 2008). La ACT y el resto de métodos de la TCC contextual no adoptaron estas ideas al por mayor a partir de la psicología humanista – ellos caminaron un camino distinto de desarrollo intelectual. Pero han arribado a un lugar similar en ciertas áreas clave y, como resultado, ahora puede ocurrir una discusión profunda y ricamente interconectada sobre la condición humana entre estas tradiciones. Ser capaz de tener una conversación significativa y mutuamente beneficiosa del tipo representado en este artículo es una señal de realineación dentro de la psicología clínica misma.

Espiritualidad y la relación terapéutica

Gran retórica de ese tipo (aunque cierta en mi opinión) corre el riesgo de poner la barra tan alta que cualquier cosa que se diga en una pieza breve tal como esta se desinflará por completo. Mi enfoque será brindar dos ejemplos, con suficientes vínculos a la literatura que los lectores interesados pueden ver por sí mismos. Otros tópicos, tal como la auto-aceptación o los valores, serian igualmente útiles, pero el espacio impide su exploración (pero véase Hayes y cols., 2001). Mi tema es este: ahora pueden realizarse pasos clínicos concretos que reflejen las creencias centrales tanto de los psicólogos humanistas como conductuales, y que se basan en un conjunto solido de procesos derivados experimentalmente que también pueden ser usados para crear un enfoque empírico más progresivo hacia los tópicos humanistas.


Espiritualidad y trascendencia

El primer artículo alguna vez escrito sobre la ACT y la RFT fue titulado “Dar sentido a la espiritualidad” (Hayes, 1984). Los investigadores RFT (véase McHugh y Stewart, 2012, para una revisión de la extensión de un libro) ahora pueden entender algunos de los procesos cognitivos que distinguir al “yo” en el sentido de una conceptualización narrativa y un sentido trascendente del “yo”. Al aprender relaciones verbales deícticas tales como Yo/Tú, Aquí/Ahora y Ahora/Entonces, los niños adquieren un sentido de mirar desde la conciencia  - la cualidad “Yo/Aquí/Ahora” de la conciencia. Hay un cuerpo creciente de trabajo empírico que muestra que las relaciones deícticas subyacen a la toma de perspectiva en el desarrollo (v.g., McHugh, Barnes-Holmes, Barnes-Holmes, Whelan y Stewart, 2007), y que el entrenamiento en relaciones deícticas mejora la toma de perspectiva y la ejecución en la teoría de la mente (v.g., Weil, Hayes y Capurro, en prensa). Existe una cualidad inefable de este aspecto del yo porque una vez que se establece en la niñez temprana, sus bordes o límites nunca pueden ser conocidos conscientemente, proporcionando una sensación de expansividad o trascendencia para la conciencia. Más que una cosa con características conocidas, este sentido de “testigo interno” o “yo observador” sirve como un contexto para el conocimiento verbal en sí mismo.
Un sentido trascendente del yo es crítico en terapia porque a diferencia del yo conceptualizado (el yo evaluado, similar a un objeto), es un sentido del yo que no puede ser amenazado por el contenido de la experiencia. Los psicólogos humanistas han usado durante mucho tiempo métodos diseñados para fomentar el contacto con este sentido del yo (v.g., Assagioli, 1965) en parte por esa razón. Además, este es el aspecto de la conciencia que ayuda a que las relaciones ocurran porque es el andamiaje de la toma de perspectiva. De hecho, los investigadores de la RFT han encontrado que sin habilidades deícticas, las personas no disfrutan estar con los demás (Vilardaga, Estévez, Levin y Hayes, en prensa). La cualidad transpersonal de la conciencia surge porque las relaciones cognitivas deícticas trazan las implicaciones de toma de perspectiva acerca del tiempo, el lugar y la persona: “Empiezo a experimentarme a mí mismo como un ser humano consciente en el preciso momento en que empiezo a experimentarte a ti como un ser humano consciente. Veo desde una perspectiva porque veo que tú ves desde una perspectiva. La conciencia es compartida…La conciencia se expande a través del tiempo, del lugar y de la persona. En un sentido profundo, la conciencia en si contienen la cualidad psicológica de que nosotros somos concientes. Sin tiempo. En todas partes” (Hayes, Strosahl y Wilson, 2011, p. 90, énfasis añadido).
¿Qué añade a las ideas humanistas el entender los procesos involucrados, clínicamente hablando? Incrementa la habilidad de evaluar, entender, medir y cambiar estos procesos en progreso. Si bien hay medidas formales disponibles (véase McHugh y Stewart, 2012), la facilidad con la que una persona puede cambiar la perspectiva a lo largo del tiempo, el lugar o la persona, puede ser usada como una señal dentro de sesión para este aspecto clave de la conciencia. Entender los procesos que subyacen a la trascendencia ayudan a dar sentido al porque el integrar aspectos de la propia personalidad puede fomentarse alentando la toma de perspectiva en terapia. Es fácil introducir cambios frecuentes de perspectivas en el trabajo clínico (v.g., “¿Qué crees que pueda estar sintiendo mientras te escucho decir eso?” o “Si fueras tu padre, ¿Qué te dirías a ti mismo?”). Los terapeutas ACT hacen tales cosas como hacer que los clientes se escriban cartas desde un futuro distante y más sabio; o visitarse a sí mismos como niños pequeños en momentos dolorosos y tener una conversación con sí mismos. De un modo similar, entender que este sentido del yo es difícil de contactar cuando el yo conceptualizado es dominante es una razón por la que los terapeutas ACT tratan de debilitar la consistencia del lenguaje literal a través de métodos de atención plena tales como aprender a ver flotar los pensamientos así como uno podría ver las hojas en una corriente.
En otras palabras, en principio, un entendimiento enfocado en procesos permite a los clínicos estar basados en evidencia de otro modo que simplemente aplicar terapias manualizadas vinculadas a síndromes, a saber, detectar y cambiar procesos basados en evidencia que son aplicables al caso. Esto es posible sin ningún sentido de “basarse en fórmulas” en la terapia. La objeción común a la ciencia experimental es que ella ignora los elementos espontáneos, intuitivos o inefables que son centrales para el trabajo clínico. Esto es mucho menos probable cuando se pueden utilizar procesos clínicos validados experimentalmente para apoyar la sensibilidad hacia el cliente y hacia uno mismo y, en consecuencia, maximizar la probabilidad del aprendizaje experiencial. Por ejemplo, hay quizás mas evidencia sobre la importancia de la evitación experiencial que cualquier otro proceso de la ACT (Chawla y Ostafin, 2007) – y aun cuando los clínicos aprendan a ver la evitación experiencial en progreso en sus clientes y en ellos mismos, están mejor posicionados para realizar pasos clínicos, ya sea que se llamen “técnicas” o no, ello fomentará el crecimiento personal. La segunda área que abordaremos es otro ejemplo de ese mismo enfoque.

La relación terapéutica

Hay una vasta literatura que muestra que la relación terapéutica está relacionada con el éxito de la psicoterapia (v.g., Horvath, Del Re, Fluckiger y Symonds, 2011; Wampold, 2001). Sin embargo, apreciar su importancia y hacer algo respecto a ello son dos cosas diferentes. Muchos autores humanistas, incluyendo algunos en la presente conversación, afirman que la “técnica” explica poco del resultado de la psicoterapia, mientras que las variables de relación terapéutica y terapeuta explican mucho más. Algunos han tratado de argumentar a favor de un foco humanista sobre esa base (v.g., Horvath y cols., 2011; Wampold, 2007), vinculando esencialmente el propio futuro de esta importante tradición con hallazgos correlacionales sobre los procesos de cambio y con una estrategia de meta-análisis de cierto modo controversial. Eso no es sabio.
La vasta mayoría de terapeutas que escuchan sobre los datos acerca de la importancia de la relación terapeuta creen secretamente que esto significa que ellos mismos son efectivos, ya que les importa la relación terapéutica y les importa sus clientes. Desafortunadamente, eso es imposible. No vivimos en un lago Woebegone terapéutico.
Los factores de la relación funcionan para explicar los resultados solo porque la mitad de los terapeutas se encuentran por debajo del promedio – presumiblemente sin saberlo. Los clínicos probablemente también crean que estos hallazgos significan que si ellos se enfocan aún más en la relación, serán más efectivos. Esto no es necesariamente así. Los terapeutas pueden fácilmente hacer cosas impulsados por esa urgencia o creer que podría ser artificial, o basado excesivamente en reglas. Por ejemplo, un clínico podría ser menos directivo en un momento que lo requiere sobre la base de que esto podría dañar la relación terapéutica, o podría “asesorar ante la prueba” alentando artificialmente el acuerdo del cliente con las características de la alianza (v.g., Al enterarse que “Creo que le gusto a ____” es un ítem del cliente en el Inventario de la Alianza Útil, un terapeuta podría repetir “Me gustas” a los clientes). Esta es una reafirmación de la preocupación clásica de la psicología humanista con respecto a los modos en que las reglas científicas pueden abrumar la sensibilidad hacia la persona y el momento. La única manera de probar que ello no está sucediendo es la evidencia experimental, no el tipo de evidencia correlacional promovida clásicamente por los teóricos de los factores comunes.
Una perspectiva conductual fundamentada en el contextualismo funcional proporciona un punto de inicio diferente y más práctico para esta cuestión. ¿Qué habilidades o procesos dan cuenta de tales relaciones y pueden ser entrenados con el fin de producir mejores resultados?
Ese enfoque saca estos factores importantes del recipiente de los “factores no específicos” y en su lugar los convierte en un blanco para el desarrollo y evaluación de tratamientos. Las “técnicas” ni incluyen simplemente procedimientos para los clientes, sino también procedimientos para el terapeuta y el entrenamiento de estos (cf., Hilsenroth, Cromer y Ackerman, 2012). Por ejemplo, si se les puede mostrar a los terapeutas como desarrollar alianzas terapéuticas poderosas y efectivas, cualquier beneficio que resulte es ahora un efecto específico, no un efecto de un “factor común”. En la tradición ACT, hemos sugerido que las relaciones empoderadoras son relaciones psicológicamente flexibles (véase Hayes, Strosahl y Wilson, 2011). Es decir, las relaciones son empoderadoras cuando son aceptadoras, cuando no se tratan sobre quien está en lo correcto y quien está equivocado, sino más bien cuando pueden explorarse diferentes ideas, cuando son flexiblemente atentas en el ahora, cuando tienen una cualidad de conciencia mutua y una habilidad para tomar la perspectiva del otro, cuando están basadas en valores y condicionalmente activas. Estas son simplemente reafirmaciones de las características de la flexibilidad psicológica en la medida en que se aplican a la relación terapéutica. Enunciado en un estilo más simple, la relación terapéutica es poderosa si es abierta, conciente e involucrada. Si esto es correcto, esto proporciona blancos importantes para todos los terapeutas interesados en establecer relaciones empoderadoras con sus clientes dado que existen métodos específicos disponibles que son conocidos mediante experimentación (no meras correlaciones) para fomentar apertura, conciencia y un involucramiento basado en valores.
Un estudio reciente (Gifford y cols., 2011) encontró que la alianza útil mediaba resultados, pero cuando la alianza útil y los cambios en la flexibilidad psicológica del cliente eran ingresados en un modelo de múltiples mediadores, únicamente la flexibilidad psicológica se mantenía como un mediador – la alianza útil ya no era significativa. Esto no quiere decir que la alianza útil no sea importante – más bien sugiere que las relaciones terapéuticas poderosas son importantes en parte porque instigan, modelan y apoyar una mayor flexibilidad psicológica. Eso sería importante para el campo y para la psicología humanista si fuera verdad, y brindaría un modelo para una manera más empíricamente responsable y quizás más efectiva de trabajar a través de las implicaciones de la relación terapéutica para la intervención clínica.

Humanismo y ciencia experimental tradicional

El ascenso del interés de los enfoques humanistas y el abrazo de los temas humanistas por parte de las terapias conductuales y cognitivas reta a la psicología humanista a realizar una elección muy difícil. Históricamente, no había manera de mantener un entendimiento firme sobre las cuestiones humanísticas sin alejarse hasta cierto punto de la ciencia psicológica experimental tradicional, incluso de las variedades más contextualistas. Un vasto conjunto de explicaciones surgió dentro de la tradición humanista sobre este escepticismo: la ciencia humana es diferente de la ciencia física; simplemente la investigación cualitativa es tan importante como la investigación cuantitativa; los experimentos analizados colectivamente anulan la historia personal de los individuos; y así sucesivamente a través de una larga lista. Muchas de estas cuestiones son importantes fuera del humanismo per se (la tradición conductual incluso está de acuerdo con algunas de ellas) y de ningún modo quiero simplemente dejarlas de lado. Pero tomadas como un todo, han hecho retroceder a la psicología humanista hasta casi un cul de sac disciplinario y una relación innecesariamente distante con la ciencia psicológica experimental tradicional.
El costo ha sido alto, desde la participación limitada de la psicología humanista en el movimiento de la práctica basada en evidencia hasta la ausencia de fondos de subvención para fomentar el desarrollo de tratamientos y la resistencia en la contratación de personal humanista en universidades orientadas a la investigación de alta calidad. Pero, quizás, el costo más alto es para la progresividad. La evidencia experimental sistemática permite que ideas equivocadas sean abandonadas y que ideas nuevas se afiancen por razones diferentes a la mera persuasión o el carisma de los defensores. La psicología humanista ha pasado un momento difícil abandonando ideas, o proporcionando evidencia de que las ideas actuales son mejores que las anteriores. Cuando les he pedido a mis colegas humanistas que me dieran diversos ejemplos de ideas que alguna vez fuertemente creídas y ahora abandonadas dentro de la tradición de estos, no pueden. Por el contrario, en la historia de la ciencia, virtualmente se muestra en última instancia que todas las teorías son erróneas al menos hasta cierto grado, dado solo el tiempo y la evidencia suficientes. Es por eso que la ciencia es progresiva de un modo que el arte nunca puede serlo.
Aunque entiendo que será fácil descartar o negar estos puntos, y que sería doloroso alejarse de objeciones de larga data, el crecimiento en si sugiere una postura diferente. Así como una vida vital significa dejar ir las concepciones pasadas cuando ya no son útiles y sacar ventaja de nuevas oportunidades y nuevas relaciones, del mismo modo, la vitalidad de las ideas humanistas puede ser desarrollada explorando activamente el realineamiento con las terapias conductuales y cognitivas que ya está ocurriendo, y aprender a usar los métodos experimentales básicos y aplicados, y aprendiendo que han defendido. Parece cada vez más posible usar una ciencia psicológica experimental para explorar los procesos que subyacen a los tópicos humanistas, y quizás sin distorsionar las sensibilidades humanistas fundamentales. Por el bien de aquellos a los que servimos, sería una vergüenza no hacer eso.

Referencias

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[1] La correspondencia concerniente a este artículo debería ser dirigida a Steven C. Hayes, Department of Psychology, University of Nevada, Reno, NV 89557-0062. E-mail: hayes@unr.edu @q

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