Por: Rodrigo Flores
Miembro de Liceo Contextual
La salud mental ha vuelto a captar la atención de la población
durante los últimos meses con las declaraciones de ciertos personajes públicos.
Lejos de clarificar su significado, se han escuchado frases que sentencian: “tiene una enfermedad mental” o bien “no se encuentra sano(a)”, dejando
claro que estamos hablando de alguien
que ha cruzado la línea de lo “normal” y ha entrado al reino de lo patológico.
Estos acontecimientos hacen relevante reflexionar respecto a qué nos referimos cuando decimos que alguien tiene un problema
psicológico: ¿estamos realmente frente a alguien enfermo?. Para poder dar
una respuesta a la pregunta es importante revisar cómo se ha entendido la
enfermedad mental a lo largo de la historia. Así mismo, reconocer qué
consecuencias ha traído el concebirla de esta manera. Finalmente, reflexionar
acerca de otras maneras de concebir los problemas psicológicos.
Una breve historia sobre la enfermedad mental
A lo largo de los años, la manera en que se entienden los problemas
psicológicos ha variado de muchas formas.
En la Edad Media, las personas con conductas que se salían de la norma
fueron asociadas con la brujería, la magia y el pecado. Basándose en una
concepción mágico-religiosa, se pensaba que estas personas estaban poseídas por el demonio. Este entendimiento será
reemplazado durante los siglos XVI y XVII por una concepción naturalista
hipocrático-galénica, en la cual el cerebro es considerado como la base de las
emociones, la inteligencia, el temperamento y los cuatro humores (sangre, bilis
negra, bilis amarilla y flema). De esta forma, las enfermedades como la manía y la melancolía serían explicadas como
un desequilibrio de estos cuatro humores (López & Costa, 2012).
Un momento clave en la historia es cuando la medicina occidental
asume la responsabilidad de explicar la conducta extraña de los “locos”. López
y Costa (2012) destacan un episodio durante la última década del siglo XVIII,
en el cual el médico Pinel acepta la responsabilidad de brindar atención
profesional en los hospitales de Bicêtre y La Salpetrière, constituyendo así
los inicios de la institucionalización de la función de los psiquiatras en los
manicomios. Otro personaje importante fue el neurólogo Emil Kraepelin con el
desarrollo del término “demencia precoz” (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).
Los modelos explicativos se tomarán del estudio de la patología humana, siendo
el último referente el modelo anatomoclínico (la causa de la enfermedad es una
lesión que puede ser descubierta al realizarse una autopsia). El modelo fisiopatológico (la causa son
funciones fisiológicas alteradas), etiológico y bioquímico (la causa es una
lesión a nivel molecular y genético) servirán como complementos. Con estos
acontecimientos, se concluye que la
causa de los problemas psicológicos se encuentra dentro del cuerpo (López
& Costa, 2012).
La concepción de los problemas psicológicos desde el modelo médico
encuentra su principal sustento al observar casos como el deterioro cognitivo
tras un traumatismo craneoencefálico. La “lesión” interna es indiscutiblemente
la causa que debe ser hallada, por lo que cualquier
comportamiento extraño que no muestre un daño biológico explícito no se
descarta como enfermedad, sino que se asume que la lesión está ahí en algún
lugar a la espera de ser descubierta. A esto se sumará la inserción de
concepciones mentalistas que promueven la dualidad mente-cuerpo, lo cual
justifica que estos comportamientos sin una causa aparente son precisamente
“enfermedades de la mente” (López & Costa, 2012). El desarrollo de la
psiquiatría en Alemania, Francia y Gran Bretaña seguirá con la consolidación de
la llamada “patología mental” a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX e
inicios del siglo XX. Esta se establece
como una rama de la patología general, la cual incluye sus diferentes
componentes: etiología, anatomía patológica, fisiopatología, patogenia,
sintomatología, diagnóstico, tratamiento y curación (López & Costa, 2012).
Actualmente, los sistemas de clasificación como el DSM agrupan
conductas que covarían estadísticamente en síndromes o trastornos,
considerándolas síntomas de una enfermedad subyacente. La psicopatología hoy en día continúa teniendo como referente último el
cerebro con el surgimiento de las llamadas neurociencias, las cuales
brindan la impresión de ser el futuro de las ciencias del comportamiento con la
inserción de técnicas más novedosas para obtener imágenes más detalladas del
cerebro (Castañón & Láez, 2009). Si bien las formas de estudiar
los problemas psicológicos han cambiado, el entendimiento de estos desde la
psicopatología médica continúa siendo el mismo desde siglos anteriores, reconociéndose únicamente en la historia
un paso de la búsqueda de un desequilibrio de humores a un desequilibrio de
neurotransmisores y otras alteraciones a nivel molecular (Gonzáles
& Pérez-Álvarez, 2007).
El lado oscuro de la
historia
¿Cuál ha sido el legado que nos deja esta búsqueda por entender los
problemas psicológicos como enfermedades? Si bien la evolución de la concepción
de estos brinda la impresión de haberse logrado grandes avances, lo cierto es
que esta presenta muchas carencias que merecen ser resaltadas (Gonzáles &
Pérez-Álvarez, 2007). Una de las principales críticas al modelo médico
psicopatológico es la falta de evidencia
sólida que valide sus postulados. Siguiendo la lógica del modelo
anatomoclínico, debe poder demostrarse una relación causa-efecto entre: una
hipotética lesión, disfunción o desequilibrio; la conducta de la persona; y la
fisiopatología y patogenia que les corresponden. Un ejemplo en el que este
modelo puede aplicarse de manera adecuada es el caso de la hepatitis y la
ictericia, pero cuando esta lógica es
aplicada a la psicopatología médica estos criterios no llegan a cumplirse,
encontrarse únicamente correlaciones entre el funcionamiento cerebral y la
conducta (Castañón & Láez, 2009; López & Costa, 2012).
Si bien las formas de estudiar los problemas psicológicos han cambiado, el entendimiento de estos desde la psicopatología médica continúa siendo el mismo desde siglos anteriores, reconociéndose únicamente en la historia un paso de la búsqueda de un desequilibrio de humores a un desequilibrio de neurotransmisores y otras alteraciones a nivel molecular (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).
Hayes, Strosahl y Wilson (2012) señalan que no se ha logrado establecer los diferentes desórdenes mentales establecidos en el sistema DSM como verdaderas entidades patógenas, no pudiendo cumplir con los criterios básicos de enfermedad como el reconocimiento del agente patógeno, de los procesos internos implicados y del tratamiento específico a utilizar. Algunos de los puntos que podrían evidenciar este fallo son el alto índice de comorbilidad y el hecho que un mismo tratamiento farmacológico sirva para varios desórdenes. Así mismo, Gonzáles y Pérez-Álvarez (2007) señalan que el número de diagnósticos se ha incrementado más de un 200% desde la primera edición del DSM, lo cual no se ha acompañado de un mayor entendimiento de la causa de estos (si este hubiera sido el caso, se habrían identificado elementos activos comunes y el número habría disminuido).
Incluso en el caso de enfermedades con una supuesta mayor carga
genética como la esquizofrenia, no se ha podido encontrar hasta la fecha ningún
marcador biológico, ya que su fisiopatología continúa siendo desconocida. No existe ninguna molécula, ya sea gen o
fragmento de ADN, que al obtenerla y medirla de cualquier tejido humano permitan
diagnosticar esquizofrenia. Así mismo, el
hecho que se identifiquen desequilibrios de neurotransmisores (como la
serotonina en pacientes depresivos) puede ser bien una consecuencia y no la
causa de estos (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).
De acuerdo a lo mencionado, puede reconocerse que el estudio de la
enfermedad mental no sigue los criterios epistemológicos de su propio modelo.
Así mismo, puede afirmarse que la psicopatología médica no ha podido brindar
ningún modelo que pueda ser sostenido científicamente que explique cómo y por
qué algunas personas presentan esquizofrenia, depresión o mayor ansiedad
(Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007). Así, el concepto de
enfermedad mental se ha convertido en una especie de “mito científico”, el cual
sobrevive al establecer correlaciones y analogías entre síntomas y descubrir
supuestos tratamientos farmacológicos (Pérez-Álvarez,
2004).
El precio de creer
en una enfermedad mental
Una vez reconocido el gran problema epistemológico que presenta el
estudio de los problemas psicológicos como enfermedades, es importante resaltar
que sus postulados se han convertido en una trampa con diferentes consecuencias
negativas. En primer lugar, dada la falta de evidencia, la psicopatología médica
se mantiene y perpetúa únicamente por el lenguaje de los que la utilizan. Así,
lo que en un inicio fue una etiqueta para denominar a un conjunto de
comportamientos (como el nombre “depresión), se cosifica como una entidad que
existe en sí misma. Se crean círculos
viciosos en que se infiere la falta de salud mental de la persona por sus
comportamientos, y se cataloga estos comportamientos como negativos porque se
infiere una falta de salud mental. Cuando vemos a una persona decaída, cada
vez más aislada y con menos motivación para realizar las cosas que
anteriormente hacía, deducimos que hay “algo” que está causando estos
comportamientos: lo que se conoce como depresión. Si alguien nos pregunta por
qué pensamos que tiene depresión, responderemos que hemos visto las cosas
negativas que hace: se muestra decaído, se aísla y tiene menos motivación para
realizar sus actividades diarias. Hemos diferenciado la conducta y el nombre
que le ponemos a ella como dos cosas diferentes que existen en sí mismas. La categoría con que se denominaba a una serie de conductas se
convierte así en una cosa que existe previamente y que es el principal agente
causal de la patología(López & Costa, 2012). De esta forma, ya
no es necesario brindar pruebas de su existencia, solo bastará con hablar de
ella para adquiera el mismo valor que una enfermedad real.
Así, el concepto de enfermedad mental se ha convertido en una especie de “mito científico”, el cual sobrevive al establecer correlaciones y analogías entre síntomas y descubrir supuestos tratamientos farmacológicos.
Otra consecuencia importante es un creciente proceso de
patologización de diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Todo comportamiento que sea excéntrico, difícil de comprender y genere
cierto grado de malestar a la persona o a su entorno constituyen buenos
candidatos para ser incorporados en la categoría de lo “patológico”. De
esta manera, cada vez más comportamientos humanos comienzan a entrar en la
categoría de lo patológico, siendo concebidos como enfermedades o bien como la
manifestación de estas (López & Costa, 2012).
Finalmente, las diferentes
categorías diagnósticas tienen un efecto negativo en las personas, colocándolas
en una situación de indefensión y pérdida de control sobre su propia vida. Al
estar estas categorías basadas únicamente en el reconocimiento y descripción
detallada de las características topográficas de la conducta (signos y síntomas)
se genera un entendimiento de los
problemas psicológicos como entidades aisladas de la vida de los individuos que
los presentan. La explicación de estos comportamientos ya no puede ser
accesible a la persona, puesto que se encuentra a un nivel anatomopatológico y
fisiopatológico que solo el médico puede conocer. El “loco” se transforma en
“enfermo”, el cual encuentra que sus diferentes acciones solo lo llevan a
corroborar su diagnóstico y comprobar cómo este avanza en su vida. Para poder
encontrar una cura, la persona depende cada vez más de la imagen del médico
para que le explique qué es lo que le ocurre “de verdad”. Así mismo, dada la
condición de su problema como enfermedad, el tratamiento farmacológico queda
legitimado (López & Costa, 2012).
La categoría con que se denominaba a una serie de conductas se convierte así en una cosa que existe previamente y que es el principal agente causal de la patología (López & Costa, 2012).
La necesidad de un
cambio
La psicopatología médica nos muestra qué es ese “delgado límite que
existe entre la salud y la locura”: la creciente patologización de la vida
diaria que responde cada vez más al descubrimiento de supuestas curas
farmacológicas a estos problemas. Tal como lo mencionan Gonzáles y
Pérez-Álvarez (2007), la psicopatología actualmente se encuentra escuchando más
a otras cosas (como las empresas farmacológicas) que al paciente. La concepción
de los problemas psicológicos como enfermedades mentales presenta una serie de
deficiencias que merecen ser tomadas en cuenta.
En la siguiente parte del
escrito, se revisará una propuesta radicalmente diferente de comprender los
problemas psicológicos.
Referencias:
Castañón, L. &
Láez, C. (2009). Psicología y “Neurociencias”: Buscar la llave donde hay luz y
no donde se perdió. Prolepsis, 3,
60-70.
Gonzáles, H. &
Pérez-Álvarez, M. (2007). La invención de
los trastornos mentales: ¿Escuchando al fármaco o al paciente?. Madrid: Alianza Editorial.
Hayes, S., Strohal, K & Wilson, K. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful
Change. New York: The
Guildford Press.
López, E. &
Costa, M. (2012). Manual de consejo
psicológico. Madrid: Editorial Síntesis.
Pérez-Álvarez, M.
(2004). Psychopathology According to Behaviorism: A Radical Restatement. The Spanish Journal of Psychology, 7(2),
171-177.