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domingo, 26 de marzo de 2017

El delgado límite entre la salud y la locura



Por: Rodrigo Flores

Miembro de Liceo Contextual


La salud mental ha vuelto a captar la atención de la población durante los últimos meses con las declaraciones de ciertos personajes públicos. Lejos de clarificar su significado, se han escuchado frases que sentencian: “tiene una enfermedad mental” o bien “no se encuentra sano(a)”, dejando claro que estamos hablando de alguien que ha cruzado la línea de lo “normal” y ha entrado al reino de lo patológico. Estos acontecimientos hacen relevante reflexionar respecto a qué nos referimos cuando decimos que alguien tiene un problema psicológico: ¿estamos realmente frente a alguien enfermo?. Para poder dar una respuesta a la pregunta es importante revisar cómo se ha entendido la enfermedad mental a lo largo de la historia. Así mismo, reconocer qué consecuencias ha traído el concebirla de esta manera. Finalmente, reflexionar acerca de otras maneras de concebir los problemas psicológicos.























Una breve historia sobre la enfermedad mental

A lo largo de los años, la manera en que se entienden los problemas psicológicos ha variado de muchas formas.  En la Edad Media, las personas con conductas que se salían de la norma fueron asociadas con la brujería, la magia y el pecado. Basándose en una concepción mágico-religiosa, se pensaba que estas personas estaban poseídas por el demonio. Este entendimiento será reemplazado durante los siglos XVI y XVII por una concepción naturalista hipocrático-galénica, en la cual el cerebro es considerado como la base de las emociones, la inteligencia, el temperamento y los cuatro humores (sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema). De esta forma, las enfermedades como la manía y la melancolía serían explicadas como un desequilibrio de estos cuatro humores (López & Costa, 2012).

Un momento clave en la historia es cuando la medicina occidental asume la responsabilidad de explicar la conducta extraña de los “locos”. López y Costa (2012) destacan un episodio durante la última década del siglo XVIII, en el cual el médico Pinel acepta la responsabilidad de brindar atención profesional en los hospitales de Bicêtre y La Salpetrière, constituyendo así los inicios de la institucionalización de la función de los psiquiatras en los manicomios. Otro personaje importante fue el neurólogo Emil Kraepelin con el desarrollo del término “demencia precoz” (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007). Los modelos explicativos se tomarán del estudio de la patología humana, siendo el último referente el modelo anatomoclínico (la causa de la enfermedad es una lesión que puede ser descubierta al realizarse una autopsia).  El modelo fisiopatológico (la causa son funciones fisiológicas alteradas), etiológico y bioquímico (la causa es una lesión a nivel molecular y genético) servirán como complementos. Con estos acontecimientos, se concluye que la causa de los problemas psicológicos se encuentra dentro del cuerpo (López & Costa, 2012).

La concepción de los problemas psicológicos desde el modelo médico encuentra su principal sustento al observar casos como el deterioro cognitivo tras un traumatismo craneoencefálico. La “lesión” interna es indiscutiblemente la causa que debe ser hallada, por lo que cualquier comportamiento extraño que no muestre un daño biológico explícito no se descarta como enfermedad, sino que se asume que la lesión está ahí en algún lugar a la espera de ser descubierta. A esto se sumará la inserción de concepciones mentalistas que promueven la dualidad mente-cuerpo, lo cual justifica que estos comportamientos sin una causa aparente son precisamente “enfermedades de la mente” (López & Costa, 2012). El desarrollo de la psiquiatría en Alemania, Francia y Gran Bretaña seguirá con la consolidación de la llamada “patología mental” a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX. Esta se establece como una rama de la patología general, la cual incluye sus diferentes componentes: etiología, anatomía patológica, fisiopatología, patogenia, sintomatología, diagnóstico, tratamiento y curación (López & Costa, 2012).


Actualmente, los sistemas de clasificación como el DSM agrupan conductas que covarían estadísticamente en síndromes o trastornos, considerándolas síntomas de una enfermedad subyacente. La psicopatología hoy en día continúa teniendo como referente último el cerebro con el surgimiento de las llamadas neurociencias, las cuales brindan la impresión de ser el futuro de las ciencias del comportamiento con la inserción de técnicas más novedosas para obtener imágenes más detalladas del cerebro (Castañón & Láez, 2009). Si bien las formas de estudiar los problemas psicológicos han cambiado, el entendimiento de estos desde la psicopatología médica continúa siendo el mismo desde siglos anteriores, reconociéndose únicamente en la historia un paso de la búsqueda de un desequilibrio de humores a un desequilibrio de neurotransmisores y otras alteraciones a nivel molecular (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).


El lado oscuro de la historia

¿Cuál ha sido el legado que nos deja esta búsqueda por entender los problemas psicológicos como enfermedades? Si bien la evolución de la concepción de estos brinda la impresión de haberse logrado grandes avances, lo cierto es que esta presenta muchas carencias que merecen ser resaltadas (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007). Una de las principales críticas al modelo médico psicopatológico es la falta de evidencia sólida que valide sus postulados. Siguiendo la lógica del modelo anatomoclínico, debe poder demostrarse una relación causa-efecto entre: una hipotética lesión, disfunción o desequilibrio; la conducta de la persona; y la fisiopatología y patogenia que les corresponden. Un ejemplo en el que este modelo puede aplicarse de manera adecuada es el caso de la hepatitis y la ictericia, pero cuando esta lógica es aplicada a la psicopatología médica estos criterios no llegan a cumplirse, encontrarse únicamente correlaciones entre el funcionamiento cerebral y la conducta (Castañón & Láez, 2009; López & Costa, 2012).

                     Si bien las formas de estudiar los problemas psicológicos han cambiado, el entendimiento de estos desde la psicopatología médica continúa siendo el mismo desde siglos anteriores, reconociéndose únicamente en la historia un paso de la búsqueda de un desequilibrio de humores a un desequilibrio de neurotransmisores y otras alteraciones a nivel molecular (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).


Hayes, Strosahl y Wilson (2012) señalan que no se ha logrado establecer los diferentes desórdenes mentales establecidos en el sistema DSM como verdaderas entidades patógenas, no pudiendo cumplir con los criterios básicos de enfermedad como el reconocimiento del agente patógeno, de los procesos internos implicados y del tratamiento específico a uti
lizar. Algunos de los puntos que podrían evidenciar este fallo son el alto índice de comorbilidad y el hecho que un mismo tratamiento farmacológico sirva para varios desórdenes. Así mismo, Gonzáles y Pérez-Álvarez (2007) señalan que el número de diagnósticos se ha incrementado más de un 200% desde la primera edición del DSM, lo cual no se ha acompañado de un mayor entendimiento de la causa de estos (si este hubiera sido el caso, se habrían identificado elementos activos comunes y el número habría disminuido).

Incluso en el caso de enfermedades con una supuesta mayor carga genética como la esquizofrenia, no se ha podido encontrar hasta la fecha ningún marcador biológico, ya que su fisiopatología continúa siendo desconocida. No existe ninguna molécula, ya sea gen o fragmento de ADN, que al obtenerla y medirla de cualquier tejido humano permitan diagnosticar esquizofrenia. Así mismo, el hecho que se identifiquen desequilibrios de neurotransmisores (como la serotonina en pacientes depresivos) puede ser bien una consecuencia y no la causa de estos (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).

De acuerdo a lo mencionado, puede reconocerse que el estudio de la enfermedad mental no sigue los criterios epistemológicos de su propio modelo. Así mismo, puede afirmarse que la psicopatología médica no ha podido brindar ningún modelo que pueda ser sostenido científicamente que explique cómo y por qué algunas personas presentan esquizofrenia, depresión o mayor ansiedad (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007). Así, el concepto de enfermedad mental se ha convertido en una especie de “mito científico”, el cual sobrevive al establecer correlaciones y analogías entre síntomas y descubrir supuestos tratamientos farmacológicos (Pérez-Álvarez, 2004).

El precio de creer en una enfermedad mental

Una vez reconocido el gran problema epistemológico que presenta el estudio de los problemas psicológicos como enfermedades, es importante resaltar que sus postulados se han convertido en una trampa con diferentes consecuencias negativas. En primer lugar, dada la falta de evidencia, la psicopatología médica se mantiene y perpetúa únicamente por el lenguaje de los que la utilizan. Así, lo que en un inicio fue una etiqueta para denominar a un conjunto de comportamientos (como el nombre “depresión), se cosifica como una entidad que existe en sí misma. Se crean círculos viciosos en que se infiere la falta de salud mental de la persona por sus comportamientos, y se cataloga estos comportamientos como negativos porque se infiere una falta de salud mental. Cuando vemos a una persona decaída, cada vez más aislada y con menos motivación para realizar las cosas que anteriormente hacía, deducimos que hay “algo” que está causando estos comportamientos: lo que se conoce como depresión. Si alguien nos pregunta por qué pensamos que tiene depresión, responderemos que hemos visto las cosas negativas que hace: se muestra decaído, se aísla y tiene menos motivación para realizar sus actividades diarias. Hemos diferenciado la conducta y el nombre que le ponemos a ella como dos cosas diferentes que existen en sí mismas. La categoría con que se denominaba a una serie de conductas se convierte así en una cosa que existe previamente y que es el principal agente causal de la patología(López & Costa, 2012). De esta forma, ya no es necesario brindar pruebas de su existencia, solo bastará con hablar de ella para adquiera el mismo valor que una enfermedad real.

Así, el concepto de enfermedad mental se ha convertido en una especie de “mito científico”, el cual sobrevive al establecer correlaciones y analogías entre síntomas y descubrir supuestos tratamientos farmacológicos.


Otra consecuencia importante es un creciente proceso de patologización de diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Todo comportamiento que sea excéntrico, difícil de comprender y genere cierto grado de malestar a la persona o a su entorno constituyen buenos candidatos para ser incorporados en la categoría de lo “patológico”. De esta manera, cada vez más comportamientos humanos comienzan a entrar en la categoría de lo patológico, siendo concebidos como enfermedades o bien como la manifestación de estas (López & Costa, 2012).

Finalmente, las diferentes categorías diagnósticas tienen un efecto negativo en las personas, colocándolas en una situación de indefensión y pérdida de control sobre su propia vida. Al estar estas categorías basadas únicamente en el reconocimiento y descripción detallada de las características topográficas de la conducta (signos y síntomas) se genera un entendimiento de los problemas psicológicos como entidades aisladas de la vida de los individuos que los presentan. La explicación de estos comportamientos ya no puede ser accesible a la persona, puesto que se encuentra a un nivel anatomopatológico y fisiopatológico que solo el médico puede conocer. El “loco” se transforma en “enfermo”, el cual encuentra que sus diferentes acciones solo lo llevan a corroborar su diagnóstico y comprobar cómo este avanza en su vida. Para poder encontrar una cura, la persona depende cada vez más de la imagen del médico para que le explique qué es lo que le ocurre “de verdad”. Así mismo, dada la condición de su problema como enfermedad, el tratamiento farmacológico queda legitimado (López & Costa, 2012).
La categoría con que se denominaba a una serie de conductas se convierte así en una cosa que existe previamente y que es el principal agente causal de la patología (López & Costa, 2012).

La necesidad de un cambio

La psicopatología médica nos muestra qué es ese “delgado límite que existe entre la salud y la locura”: la creciente patologización de la vida diaria que responde cada vez más al descubrimiento de supuestas curas farmacológicas a estos problemas. Tal como lo mencionan Gonzáles y Pérez-Álvarez (2007), la psicopatología actualmente se encuentra escuchando más a otras cosas (como las empresas farmacológicas) que al paciente. La concepción de los problemas psicológicos como enfermedades mentales presenta una serie de deficiencias que merecen ser tomadas en cuenta. 

En la siguiente parte del escrito, se revisará una propuesta radicalmente diferente de comprender los problemas psicológicos.


Referencias:

Castañón, L. & Láez, C. (2009). Psicología y “Neurociencias”: Buscar la llave donde hay luz y no donde se perdió. Prolepsis, 3, 60-70.

Gonzáles, H. & Pérez-Álvarez, M. (2007). La invención de los trastornos mentales: ¿Escuchando al fármaco o al paciente?. Madrid: Alianza Editorial.

Hayes, S., Strohal, K & Wilson, K. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change. New York: The Guildford Press.

López, E. & Costa, M. (2012). Manual de consejo psicológico. Madrid: Editorial Síntesis.


Pérez-Álvarez, M. (2004). Psychopathology According to Behaviorism: A Radical Restatement. The Spanish Journal of Psychology, 7(2), 171-177.

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