Contenidos

viernes, 30 de junio de 2017

Me da una investigación sin hipótesis

Por: Darwin Gutierrez
Miembro de Liceo Contextual

Hipótesis e investigación científica en psicología son conceptos indesligables en el quehacer académico. Es cotidiano encontrar como los involucrados en la maquinaria investigativa sostienen con total convencimiento la indestructible relación entre ambos conceptos, al punto de incitar de forma obligatoria la presencia de hipótesis en cualquier empresa de investigación. En la presente intentaré repasar las razones (debatibles) que mantienen esta simbiótica relación y las irremediables consecuencias que está generando en la psicología.


Primero, un poco de definición. La hipótesis es una suposición planteada en forma de proposición, basada a partir de datos previos, susceptible a ser verdadera o falsa. La investigación de esta forma surge como el proceso en el cual se afirma o niega, es decir se comprueba la hipótesis. Al poder estar presente en múltiples niveles de la psicología, se ha convertido en la forma de investigar actualmente dominante generando innumerables datos.

Desde las fases iniciales de la educación general el método científico, como una unívoca manera  de generar conocimiento, ha sido transmitido de forma secuenciada y repetitiva. Como si se tratará de una forma acabada se ha posicionado como la única para el recién iniciado. Esto se debe a su facilidad de enseñanza y el interés creciente, desde mediados del siglo pasado, en la divulgación a gran escala de la ciencia. De esta forma la hipótesis como brújula principal se vuelve más en un trámite burocrático que en un proceso innovador.

Es importante aclarar que el trabajo de comprobación de hipótesis es,  ha sido y será relevante para la ciencia. Sidman (1978) se refiere como la tarea de “pico y pala” y lo explica de forma más consistente en el siguiente párrafo:
“En ocasiones, parece que los experimentadores brillantes y creadores no poseen las cualidades de paciencia y perseverancia que en general coincidimos en considerar vitales para el progreso científico. Mientras que, lógicamente, sería de desear que todos los investigadores fuesen a la vez creadores y perseverantes, tal combinación es, de hecho, rara. La mayoría de nosotros nos dedicamos a elaborar los descubrimientos de otros autores; pocos somos creadores, y sólo un reducido puñado puede considerarse ambas cosas a la vez. Sin embargo, todos somos necesarios, puesto que incluso el científico más creador, lleva a cabo su obra sobre unos fundamentos ya establecidos. Un menosprecio hacia el peón científico que ejecuta su tarea día tras día, puede impedir al estudiante darse cuenta de las aportaciones inmensamente valiosas y necesarias que sólo pueden provenir del duro y con frecuencia fastidioso trabajo de “pico y pala”. Por el contrario, y como a menudo ocurre, si se enseña al estudiante que el trabajo de “pico y pala” es Ciencia, irremisiblemente le pasarán desapercibidas las consecuencias de importantes descubrimientos sin elaborar” (p. 34).

La investigación dirigida a la comprobación de hipótesis es mucho más compacta y compatible con los estándares de producción académica contemporáneos. Como se diría, el tren de la investigación no puede parar y la contemplación indirectamente puede ser vista como una pérdida de recursos.
Por otra parte tenemos el rápido emparejamiento entre teorías e investigadores. Si bien la ciencia nos permite separar los datos (registro de los hechos) de las hipótesis (y sus fuentes teóricas), esto no disminuye la abismal producción hecha para encajar los supuestos propios y encontrar datos satisfactorios respecto a los mismos. Skinner (1969, p. 44) menciona “hay indudablemente mucha gente cuya curiosidad acerca de la naturaleza es mucho menor que la que sienten sobre la exactitud de sus conjeturas”.

Paradójicamente el otro extremo, un medio académico que carece de teorías o al menos obvia el hecho de pensar sobre ellas, también genera mayor interés en las investigaciones destinadas en comprobar hipótesis. Al tener una concepción laxa del concepto de hipótesis se recurre a concepciones del lenguaje ordinario, suponiendo que todos los conceptos que residen allí hacen referencia a fenómenos psicológicos independientes.
En cuanto a las consecuencias en el ámbito académico, que son muchas, me interesan tres puntuales:
La creencia de que los datos generados por una hipótesis solo pueden responder o interpretarse a partir de su “teoría”, convirtiéndose incompatibles con los datos de otras propuestas y generando pequeñas islas del conocimiento.
El constante desecho de datos que se consideran “negativos” al no confirmar la hipótesis del investigador. Esto fácilmente se puede observar al revisar en las revistas solo datos que oportunamente apoyan las hipótesis. En un acertado artículo (Chambers, 2014) resume este fenómeno que no solo afecta a la psicología (para más información puedes clickar aquí: https://goo.gl/mhcDEj).

La última y, sesgadamente, la más importante, es el olvido involuntario de los otros tipos de investigación. A los cuales debido a la variedad, podríamos dedicar otra entrada. Para soltar algunos tenemos: la puesta a prueba de métodos investigativos, la recreación de fenómenos, etc. Incluso los teóricos de la ciencia tienden a menospreciar los experimentos realizados por simple curiosidad, incluso desestimando el efecto “serendipity”, señalando que la profileración de datos inconexos van en contra de una ciencia ordenada y sistemática.

En este punto seguro sospechan que la entrada ha sido una excusa para colocar citas de Murray Sidman (o dar un homenaje), para confirmar su conjetura les comparto una más: “Al comprobar una hipótesis en la cual cree, un científico solamente se sorprende si los datos que obtiene desmienten su suposición, o bien si, siendo hostil a la hipótesis, su experimento la confirma. Por el contrario, cuando un investigador no experimenta para comprobar ninguna hipótesis, su vida está llena de sorpresas” (Sidman, 1978, p. 20).
Al final podemos concluir que si bien una investigación sin hipótesis puede ser cuestionable pero efectiva.

Referencias
Chambers, C.  (2014). The charging face of psychology. EE. UU: The guardian. Recuperado de: https://goo.gl/mhcDEj
Sidman, M. (1978). Tácticas de investigación científica. Barcelona: Fontanella.


domingo, 30 de abril de 2017

Sobre la desprofesionalización de la psicología

Por: Darwin Gutierrez
Miembro de Liceo Contextual


Cuando uno escucha la palabra tan larga como controvertida denominada “desprofesionalización” se imagina inmediatamente una escena en donde hay un movimiento social atrincherado en contra de las universidades o  colegios profesionales para detener que sigan produciendo más psicólogos y hasta quizá quemando títulos. Pues, eso es lo más probable que se nos cruza al pensar en dicho término, no necesariamente es así. Hoy trataremos de entender el término y les aseguro que no involucra tomar ninguna facultad.
Dicho término nace a partir de la reflexión académica de la disciplina psicológica necesaria para poder dar cuenta de aquellos problemas que nos han dificultado convertirnos en una actividad académica popular ante los ojos de la sociedad. Porque es innegable observar que la Psicología precisamente buena fama no tiene. Es por más conocido la desconfianza ante sus hallazgos o el aire esotérico que acompaña gran parte del conocimiento que suele adjetivar como “psicológico”. Para muestra basta ver la sección de psicología de los diarios o las páginas web.
Ante la cómoda postura de decir “la culpa la tiene la sociedad por no considerar…”, “no valoran el trabajo del psicólogo”, y demás frases acompañantes, se podría tomar una actitud crítica hacia la misma Psicología y revisar las razones de esto. Opiniones van desde la falta de investigación empírica, la falta de test validados hasta frases como: la falta de profesionales bien formados... ya en futuras oportunidades  habrá momento para situarnos en cada una, pero por el momento iremos por el “Big Boss”, la pregunta: “¿y por qué la Psicología es una profesión?”. 
Una profesión puede definirse fácilmente como la actividad que se desempeña para ganarse la vida. Suelen distinguirse a las profesiones de los oficios, los primeros requieren de formación especial y de ciertos conocimientos relativamente especializados (Peña, 2011). Estos conocimientos generalmente son técnicos sobre las mismas problemáticas, los cuales a su vez sistematizan el conocimiento que provienen de las ciencias para resolver las demandas sociales.  Por ejemplo, la medicina se define a partir de la solución de los problemas de salud, lo cual logra con investigación e incorporación de conocimiento de la química y la biología (en su mayor parte) o en el caso de las ingenierías fácilmente adquieren un adjetivo para hacerle frente al universo de dificultades que la sociedad les exige (civil, industrial, geográfica, mecatrónica).  Ya entendiendo esto, nadie en su sano juicio iría con un biólogo para que le cure alguna enfermedad por más capo que sea en su materia. Simplemente hay conocimientos que escapan de su disciplina para poder resolver problemas relacionados con la salud.
En palabras más técnicas, Ribes (2011) cataloga a las profesiones como interdisciplinas y señala: “las interdisciplinas carecen de teoría en sentido estricto, y se nutren del conocimiento de otras ciencias, tecnologías y del propio saber práctico. El criterio de conjugación de los diversos tipos de conocimiento está determinado por el campo de problemas establecido socialmente: salud, educación, y otros más” (p. 88). Entonces desde este punto de vista, las profesiones articulan conocimiento, más que generar alguno nuevo en el sentido estricto cumplen un rol de conexión con la sociedad.
Una profesión, tendría un rango de situaciones problemáticas potencialmente definibles ostensiblemente por la sociedad, es decir que ya otra profesión no deba solucionarlas. ¿Esto sucede con la psicología? Lo señalado por Ribes, de similar manera lo plantean Diaz-Gonzalez y Carpio (1992) quienes defienden que no existe responsabilidad social, que habitualmente sea atribuible a la Psicología, que no requiera de la combinación explícita de conocimiento técnico de otras profesiones y de otras ciencias distintas al conocimiento psicológico. No es casual que a la Psicología se le suela adjetivar términos que ya resumen a otras profesiones o sus campos de acción: Psicología clínica, psicología deportiva, psicología de las organizaciones. Entonces, no es descabellado formular las siguientes preguntas que devienen de los contextos donde un ser humano participa y por lo tanto pretende ser materia de estudio: ¿cómo elevar la autoestima de los niños?, ¿cómo erradicar pensamientos obsesivos?, ¿cómo lograr ambientes educativos más útiles para el aprendizaje?, ¿cómo seleccionar mejor al personal de una empresa? Dichas preguntas son completamente válidas. Sin embargo, ¿qué vinculación tienen con la Psicología?
Al respecto, Kantor (1990) al realizar un examen de la historia de la Psicología observa que dichas preguntas ya habían tratado de resolverse por las profesiones vigentes, aunque socialmente sin éxito aparente. Por ejemplo, la Biología y la Química de la época (finales de siglo XIX y principios del siglo XX) eran insuficientes para ofrecer eficazmente conocimiento a la Medicina para tratar los comportamientos anormales; por lo cual fue de crucial relevancia el conocimiento psicológico que estaba proviniendo de (paradójicamente) estudios de fisiólogos o médicos entrenados en procedimientos de investigación básica. A diferencia de otros conocimientos, que rápidamente eran absorbidos por la tecnología médica, el contexto económico-político de la época mostraba otras prioridades para las profesiones de la salud por lo que los conocedores del reciente conocimiento psicológico se vieron obligados a rápidamente aplicar “directamente” lo que sabían (de forma inadvertida adquiriendo los métodos y formas, saberes técnicos, de la profesión que asumía previamente dicha responsabilidad). Un caso anecdótico es la contratación de enfermeras y psicólogos como terapeutas de excombatientes en las guerras, por falta de profesionales en la materia. Pues la eficacia de la aplicación, descuido social y la formación de gremios prontamente hicieron lo suyo.

El conocimiento psicológico ¿por gusto?
En el párrafo anterior mencioné que el “conocimiento psicológico” salió a la luz gracias a experimentos de fisiólogos. Bastó un ejemplar específico de éste para nutrir varias ramas aplicadas.
El conocimiento psicológico es un grupo de saberes obtenidos por investigación y teorización, siguiendo una disciplina compartida por una comunidad para el análisis de una dimensión o nivel concreto de la realidad. A diferencia de las profesiones, responde a preguntas aparentemente sin ningún interés aplicativo y dependiendo de ciertos criterios (coherencia con otras ciencias, uso de métodos replicables y definición de objeto de estudio) las respuestas podrían ser consideradas científicas o no. Preguntas tales como ¿qué efecto tiene el control instruccional sobre las operantes generalizadas?, ¿qué relación existe entre la derivación de funciones aversivas y las propiedades isomórficas de los estímulos discriminativos?, ¿qué condiciones generan un mayor nivel de control cognitivo?
Así es, seguramente estimado lector estás pensando en la utilidad de responder dichas interrogantes. Pues, a diferencia del campo profesional, estas preguntas solo cobran sentido partiendo de un sistema teórico definido (eso da para otra entrada). Las preguntas de este grupo parecen alinearse en un postulado en común: conocer por conocer vale la pena y que la Psicología pertenece, al menos potencialmente, a las disciplinas científicas.
Ribes (1992) sostiene que la Psicología cuenta con un lugar privilegiado entre la Biología y la Sociología al contar con una dimensión presente en todo evento en el cual un organismo interactúe con su ambiente: “cada ciencia aísla analíticamente dimensiones y propiedades específicas de una misma y sola realidad, y la abstracción de esas dimensiones y propiedades respecto de los fenómenos y entidades concretas constituye su objeto de conocimiento” (p.87).

El gato de Schrödinger en la Psicología: dos lenguajes
Aunque a estas alturas, resulte más  fácil decir que justamente la Psicología es disciplina y profesión, es una tentadora salida, empero, ser juez y parte genera muchos problemas. Al contar con al menos dos lenguajes distintos, las confusiones comienzan a aparecer rápidamente (también podríamos decir “el que reparte se lleva la mejor parte” pero ya hablaremos luego del reduccionismo psicológico).
El siguiente enunciado podría ilustrar muy bien el asunto: “La Psicología es ciencia”. Pues dependiendo la lógica de lenguaje que usemos puede ser cierto o falso. Una especie de gato de Schrodinger. Si nos encontramos en el contexto disciplinar, podríamos decir que varias teorías son científicas; mientras que en el contexto de las aplicaciones, ninguna teoría o modelos que se usen en ellas pueden ser ciencia porque no tienen como objetivo convertirse en una. Entonces nos encontramos con la sociedad con una gran interrogante e inconformidad con lo ofrecido: un gran grupo que dice hacer ciencia pero en verdad realizan intervenciones valiéndose de conocimiento de otras disciplinas (o exclusivamente del conocimiento psicológico), otro grupo que no conoce para nada el conocimiento psicológico existente por lo que recurre exclusivamente a saberes de dudosa procedencia y un grupo minúsculo de investigadores que sienten que sus preguntas son menospreciadas por los grupos anteriores o en el mejor de los casos mal entendidas.
Para solucionar el asunto de los lenguajes en Psicología han existido diversos caminos; entre los vigentes se encuentran, por mencionar algunos: la diferenciación entre ciencia básica y tecnología (Skinner, 19878), el modelo multinivel que diferencia diversos campos de investigación en psicología (Staats, 1979), la diferenciación entre 4 tipos de lenguajes en escala de grises entre el analítico y el sintético (Diaz-Gonzalez y Carpio, 1992), la definición de una ingeniería comportamental (Montgomery, 2002), la propuesta de 3 niveles de términos psicológicos de la Psicología contextual (Barnes-Holmes, Hussey,  McEnteggart, Barnes-Holmes & Foody, 2016), entre otros.
A pesar de que casi todas las mencionadas nacen con un interés de devolverle a la Psicología su estatus de disciplina del conocimiento autónoma, sin lugar a dudas la propuesta de desprofesionalización de la psicología es la más arriesgada y crítica. Pues abrazando la idea radical “que no existe modo de conocimiento que no tenga, directa o indirectamente, algún tipo de repercusión en lo social y la Psicología no es la excepción” se encamina a la necesidad de planificar dicha repercusión creando modelos de comunicación que articulen el conocimiento, los cuales reciben el nombre de modelos puentes (Ibañez, 2007; Ribes, 2011). Estos no son ni formas de aplicación, ni teorías de “ciencia básica”, más bien formas sistematizadas de entendimiento de problemáticas específicas que sirven para pensarlas mejor, conectarlas con conocimiento de otras disciplinas y de esta manera servir de armazón a las técnicas y/o procedimientos. Una especie de versión más económica de mesas multi o transdisciplinarias.
"El siguiente enunciado podría ilustrar muy bien el asunto: “La Psicología es ciencia”. Pues dependiendo la lógica de lenguaje que usemos puede ser cierto o falso. Una especie de gato de Schrodinger"
Luego de estos enormes párrafos aburridos ya podemos contemplar el contexto en el que se desarrolla la propuesta en cuestión. En primera instancia, los intelectuales que la defienden señalan que la “profesión de psicólogo” es un ámbito prestado y que la responsabilidad social debería hacer que el verdadero conocimiento psicológico circulara por las profesiones competentes, al mismo tiempo que advierten un cuello de botella al tener tan poco conocimiento disciplinar, por un lado y tantas preguntas de las áreas aplicativas pendientes, por otro (incluso algunas áreas sin descubrir), combinadas con un poco o nula comunicación sistemática con otros campos. Abogan por una posición humilde, alegando que el conocimiento psicológico es minúsculo comparado con todo el conjunto generado por la humanidad. Adoptando la figura de un grano de arena en una playa. En suma, lo más conveniente para la sociedad, no para un gremio en específico, es generar modos-modelos creativos y sistemáticos de coordinación con otros saberes (prácticos y no científicos) definidos a partir de las problemáticas, sin descuidar la necesidad de incrementar el tamaño de dicho grano de arena, al cual todos los que reciben el nombre de psicólogos, nos aferramos fuertemente, incluso, sin saberlo. Parafraseando a Aristóteles: “soy amigo de la psicología, pero más amigo soy de la verdad”.


Referencias:
Barnes-Holmes, Y., Hussey, I., McEnteggart, C., Barnes-Holmes, D., & Foody, M. (2016). The relationship between Relational Frame Theory and Middle-level Terms in Acceptance and Commitment Theory. In R. D. Zettle, S. C. Hayes, D. Barnes-Holmes, & A. Biglan (Eds.), The Wiley Handbook of Contextual Behavioral Science (pp. 365–382). EEUU: John Wiley & Sons.
Díaz González, E. y Carpio, C. (1992). Criterios para la aplicación del conocimiento psicológico. En Sánchez, J., Carpio, C. y Díaz-González, E. (compiladores). Aplicaciones del conocimiento psicológico. Facultad de Psicología, ENEP-Iztacala, Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM y Sociedad Mexicana de Psicología A.C.
Ibañez, C. (2007). Problemas de aplicación del conocimiento disciplinario de la psicología interconductual. Acta comportamentalia 15 (1), 81-92.
Kantor, J. R. (1990). La evolución científica de la psicología. México: Trillas.
Montgomery, W. (2002). Ingeniería del comportamiento: Aplicaciones clínicas y educativas. Lima: Asociación Peruana de Psicología Interconductual.
Peña, T. (2011). La investigación en el contexto de la formación de psicólogos. I Encuentro Internacional de Psicología Interconductual. Realizado en la reunión de la Sociedad Peruana de Psicología Interconductual, Lima.
Ribes, E. (2011). La psicología: cuál, cómo y para qué. Revista Mexicana de Psicología 28 (1), 85-92
Skinner (1978). Algunas relaciones entre la modificación de conducta y la investigación fundamental. En Bijou S. W. y Ribes I. E. Modificación de Conducta: Problemas y Extensiones. México: Trillas.

Staats, A. A. (1979). Conductismo social. México: Manual Moderno.




sábado, 15 de abril de 2017

Devolver el acto a su contexto

Por: Rodrigo Flores
Miembro de Liceo Contextual

En la parte anterior del artículo se presentó una breve historia de la concepción de los problemas psicológicos como enfermedades mentales, reconociendo como la explicación de estos continúa orientada a encontrar su causa en el interior de la persona. Así mismo, se presentaron algunas críticas al modelo médico de psicopatología, mostrando que este presenta un serio problema epistemológico al considerar las enfermedades mentales como entidades naturales y al mantener un sistema de diagnóstico sin validez (Pérez & Álvarez, 2014). Dadas las consecuencias negativas que estos problemas acarrean, como el reduccionismo de entender los problemas psicológicos como entes separados del espacio donde ocurren, se resaltó la importancia de presentar posturas alternativas.
Para ello, se iniciará abordando la cuestión ontológica de la naturaleza de los problemas psicológicos para responder a la pregunta: ¿qué clase de cosa son? Así mismo, se expondrá la necesidad de un abordaje de estos desde una postura contextual, siendo un posible ejemplo de esto el conductismo radical. Finalmente, se presentará una propuesta transdiagnóstica para poder delimitar en qué situaciones se podría estar ante un problema psicológico.


La cuestión ontológica: ¿qué clase de cosa son los problemas psicológicos?

La respuesta a esta pregunta debe partir reconociendo lo que ya se sabe que no son. De acuerdo a los postulados del modelo médico de psicopatología, se puede reconocer que los problemas psicológicos son concebidos como cualquier otra enfermedad, la cual es una condición que puede ser delimitada objetivamente y que existe en sí misma sin importar de las interpretaciones que se pueda hacer de esta. En el caso de la diabetes, una persona puede interpretar sus síntomas como un castigo divino, pero se puede reconocer que esta interpretación no altera su existencia y manifestación como entidad natural.

No obstante, tal como se mencionó en la primera parte del artículo, el modelo médico aplicado a las enfermedades mentales no puede cumplir sus propios criterios básicos, lo cual brinda un importante indicador de que el error epistemológico radica en concebirlas como entidades naturales. Tal como lo menciona Pérez-Álvarez (2013), las enfermedades mentales no son entidades estáticas, sino interactivas. A diferencia de las primeras, estas últimas son influenciables y transformables por las interpretaciones que se hagan de ellas, reconociéndose una relación entre la manera en que son concebidas y tratadas con el desarrollo que presentan.

Si se compara el caso de la diabetes con la depresión, la diferencia se hace evidente al reconocer la influencia de las interpretaciones que se hagan sobre esta en su desarrollo y manifestación. Dada la interacción de la persona que presenta el problema con un ambiente en el cual existen normas y reglas de vida, la manera en que esta se relacione con su propia experiencia se verá influenciada por estas últimas. Interpretar la tristeza como signo de una enfermedad mental influenciará en la manifestación de lo que se conoce como depresión de una manera muy diferente a como se daría en una persona que la interpreta como algo que es parte normal de la vida humana. De esta forma, los problemas que presentan las personas no serían “enfermedades” si no fuera por la forma de entenderlos y de vivirlos. Se puede identificar como el propio diagnóstico influencia en la condición diagnosticada, algo que no ocurría si los problemas psicológicos fueran entidades naturales (Pérez-Álvarez, 2013).

Los problemas psicológicos deben ser entendidos en términos de la relación de la persona con su entorno, en otras palabras, de la persona y su vida. Todas aquellas situaciones vitales que impliquen una dificultad (como conflictos, frustraciones y pérdida) son situaciones de las cuales se derivan los problemas psicológicos, más no lo son en sí mismas. Dado que se reconoce su naturaleza interactiva, estos solo pueden ser entendidos en términos de la relación existente entre dos variables, y no como producto de una variable aislada (ya sea esta la persona o el entorno). Así, los problemas de la vida no son en sí mismos los causantes, sino la manera en que la persona se relaciona con ellos.

"el modelo médico aplicado a las enfermedades mentales no puede cumplir sus propios criterios básicos, lo cual brinda un importante indicador de que el error epistemológico radica en concebirlas como entidades naturales. Tal como lo menciona Pérez-Álvarez (2013), las enfermedades mentales no son entidades estáticas, sino interactivas"


En adición, Peréz-Álvarez (2014) reconoce un factor común que está presente en diferentes entidades consideradas enfermedades mentales: la hipereflexividad o autopresencia incrementada. Esta hace mención a una conciencia intensificada de aspectos de uno mismo que normalmente pasarían desapercibidos. El autor la presenta como una condición etiopatogénica, es decir, de la cual se generan problemas psicológicos, pero con la particularidad de no considerarse un agente patógeno externo sino una variante de la reflexividad común que caracteriza a los humanos como seres lingüísticos. Los problemas de la vida serían acompañados de una reflexividad contraproducente, la cual a la larga ya no permite a la persona aclarar la situación que está viviendo, sino que la limita e interfiere en diferentes ámbitos de su vida. El intento de la persona por reflexionar y encontrar solución a las dificultades que vive termina conviértanse en el verdadero problema, transformándose un aspecto normal de la naturaleza humana en parte importante de la aparición de los problemas psicológicos en determinados contextos.

"Interpretar la tristeza como signo de una enfermedad mental influenciará en la manifestación de lo que se conoce como depresión de una manera muy diferente a como se daría en una persona que la interpreta como algo que es parte normal de la vida humana"


El carácter interactivo de los problemas psicológicos se hace más evidente con el éxito de tratamientos no farmacológicos como las psicoterapias habladas, resultados que no tendrían explicación si no fuera por la naturaleza interactiva de los problemas psicológicos. Todo caso clínico es único, por lo que la conceptualización que este recibe durante la terapia implica ya una transformación en la manera de entenderlo que permite el trabajo terapéutico.

De acuerdo a lo mencionado, los problemas psicológicos deben ser entendidos según una perspectiva histórico-cultural y no biológico-natural (Pérez-Álvarez, 2013). El reconocimiento de las enfermedades mentales como entidades interactivas permite identificar cómo estas son susceptibles a las interpretaciones de las personas que las presentan y los profesionales que las estudian, las cuales se dan dentro de un marco cultural. De esta manera, se reconoce que solo conociendo el contexto en el que los problemas psicológicos tienen lugar es que se puede entender su significado.

Cabe resaltar que con el reconocimiento de los problemas psicológicos como entidades interactivas no se resta valor a su importancia y relevancia para la salud de la persona. Estos no son ni menos graves ni menos reales que las enfermedades médicas, ya que una depresión puede repercutir de una manera mucho más destructiva que la diabetes. El argumento central de buscar una forma más precisa de entender los problemas psicológicos parte del reconocimiento de su importancia en la vida de las personas. Así mismo, no se busca hacer un descarte total de la relevancia de las variables biológicas, sino que se reconoce el error de concebirlas como causas.




Buscando un nuevo paradigma

Dada la condición de los problemas psicológicos como entidades interactivas, es importante que el estudio de estos parta de un modelo epistemológico distinto al seguido por la medicina contemporánea. De acuerdo a Hayes, Strosahl y Wilson (2012), el filósofo Stephen C. Pepper reconoció en su trabajo cuatro “hipótesis de ver el mundo” y las planteó como los principales modelos epistemológicos, siendo uno de estos el Contextualismo. La unidad de análisis de este es el “acto en contexto”, el cual hace referencia a la acción de un organismo situada en un espacio histórico. Ambos elementos serán integrados por un sentido de propósito: las consecuencias que busca el organismo. De esta forma, se realiza una mirada holística, donde todo el evento es importante para poder estudiarlo y entenderlo. Así mismo, la naturaleza de todo el acto será definida por las consecuencias que se buscan y no por la forma que adopta. El criterio de verdad sería netamente pragmático, determinado por si una actividad alcanza o no cierto objetivo establecido.


Dentro de las diferentes tradiciones de investigación en Psicología, la tradición del conductismo radical ha sido resaltada por diferentes autores al afirmar que esta presenta una epistemología acorde al Contextualismo (Hayes, Hayes & Reese, 1988; Wilson, 2016). Este reconoce que el objetivo de la ciencia es predecir y controlar la conducta de los organismos (Skinner, 1953). El término “radical” hace referencia a “total”, es decir, que estudia todas las variables que están presentes en un evento psicológico, incluso aquellas experiencias subjetivas como los pensamientos. Estos también son concebidos como variables observables, con la particularidad de que solo lo son para alguien: la persona que los experimenta. De la misma manera, implica un sentido pragmático, el cual orienta el objetivo del conocimiento científico a resolver problemas prácticos de la vida. Finalmente, el término “radical” hace referencia a “raíz”, es decir, el origen de las cosas. El conductismo radical busca las raíces del comportamiento humano en ciertas condiciones específicas del contexto en el que ocurre, lo cual se conoce a través del análisis funcional de la conducta (Pérez-Álvarez, 2004).

Durante los últimos años, se ha desarrollado una nueva interpretación del conductismo radical, la cual ha dado lugar a un nuevo movimiento denominado la Ciencia Conductual Contextual (CBS por sus siglas en inglés). Especificando su base filosófica en el “Contextualismo Funcional”, la CBS se muestra fuertemente comprometida con una perspectiva pragmática de la ciencia, ampliando el campo de acción de la tradición conductista en diferentes ámbitos, siendo uno de estos el clínico ambulatorio (Dougher & Hayes, 2000; Biglan & Hayes, 2016). El Contextualismo Funcional puede reconocerse como una variante del Contextualismo, el cual se distingue por sus objetivos únicos: la predicción e influencia de los eventos psicológicos con precisión, alcance y profundidad, entendidos estos últimos como la interacción de organismos enteros con un contexto histórico y situacional (Hayes, Strosahl & Wilson, 2012). Así mismo, precisión hace referencia a la especificidad de las variables relevantes implicadas, alcance a la búsqueda que un modelo teórico que explique la mayor cantidad de fenómenos posible con el menor número de variables, y profundidad al grado de coherencia alcanzable con otros niveles de análisis.  

En contraste con el modelo médico, el modelo contextual explica los problemas psicológicos en términos funcionales e interactivos. La causa de estos es buscada en la historia coevolutiva de la persona y sus circunstancias, y no en su interior. De esta forma, se reconoce que el problema no está dentro de la persona, sino que la persona se encuentra dentro de una situación problemática. Es en la relación que esta mantiene con los demás y consigo misma donde ha de explorarse para entender el problema que presenta (Pérez-Álvarez, 2014). Del mismo modo, se reconoce que los problemas psicológicos son el producto de procesos psicológicos normales, y no una falla o disfunción de un supuesto diseño natural (entendido en términos estáticos y puramente biológicos). De esta forma, se reconoce que son parte de la naturaleza humana, lo cual rompe con la patologización y división de la vida entre sanos y enfermos (Hayes, Strosahl & Wilson, 2012).

"el reconocimiento de los problemas psicológicos como entidades interactivas no se resta valor a su importancia y relevancia para la salud de la persona. Estos no son ni menos graves ni menos reales que las enfermedades médicas, ya que una depresión puede repercutir de una manera mucho más destructiva que la diabetes"

Hacia una definición de los problemas psicológicos

Tras presentar el modelo contextual funcional como una propuesta alternativa que va acorde a la naturaleza interactiva de los problemas psicológicos, es pertinente construir una definición de estos que vaya acorde a esta postura. Para definir los problemas psicológicos desde este nuevo modelo de entender la psicopatología, Pérez-Álvarez (2004) utiliza las cuatro causas de Aristóteles (causa material, formal, eficiente y final) para clarificar las asunciones filosóficas más importantes que permiten este cambio “radical” de paradigma. Tomando como ejemplo el caso de un ingeniero que construye una casa, la causa material sería el cemento del cual está hecha, la formal sería el plano que sigue para construirla, la eficiente el mismo ingeniero que construye, y la final el objetivo por el cual la casa es construida: poder obtener refugio. Aplicando el modelo de Aristóteles, las preguntas a responder serían: ¿de qué están hechos los problemas psicológicos?, ¿qué forma adoptan?, ¿quiénes los hacen de esta manera?, y ¿qué propósito tienen?
Los trastornos psicológicos estarían hechos de los propios problemas de la vida, ante los cuales la persona intenta adaptarse. La forma que estos adoptan es la de la categorización psicopatológica utilizada, siendo un ejemplo de esta el manual diagnóstico DSM 5. Las personas que los harían de esta manera serían tanto la persona que sufre como los profesionales clínicos que “dan forma” a ese padecimiento. Finalmente, el propósito de estos sería el intento de adaptarse a una situación vital problemática, la cual finalmente resulta contraproducente para la persona (Pérez-Álvarez, 2004).


De acuerdo a estas asunciones filosóficas, una definición de problema psicológico sería: “(…) un esfuerzo contraproducente por resolver una situación problemática en las que las propias conductas, acciones y reacciones resultan ellas mismas ser parte del problema (Pérez-Álvarez, 2014 p. 44)”. La manera en que la persona afronta el problema en su vida se torna contraproducente, convirtiéndose las conductas de la persona en los síntomas del ahora problema psicológico. Así, no es el sufrimiento el que define a este último (como sentir tristeza ante una pérdida), sino la situación de atrapamiento y estancamiento (no saber qué más hacer para no sentir tristeza). Solo conociendo el contexto en el que se dan estos comportamientos es que podemos llegar a entender dónde comienza “el problema”, el cual no es otra cosa que un intento poco efectivo de la persona por responder a las circunstancias que le toca vivir.

Es importante precisar que las circunstancias adversas moldean el comportamiento de la persona, el cual debe ser entendido como una forma de adaptación al ambiente. Así mismo, de la misma forma que la persona aprende un estilo para relacionarse con su entorno social, su comportamiento también influye en el ambiente. Una persona con un comportamiento depresivo tiende a generar ambientes depresivos, lo cual puede observarse en el cambio del trato de los demás hacia esta (Pérez-Álvarez, 2014). Estas características dan mayores evidencias de la necesidad de contextualizar el problema para poder reconocer las diferentes variables que contribuyen a su mantenimiento.
"una definición de problema psicológico sería: “(…) un esfuerzo contraproducente por resolver una situación problemática en las que las propias conductas, acciones y reacciones resultan ellas mismas ser parte del problema" (Pérez-Álvarez, 2014 p. 44)

El nacimiento de un nuevo modelo de “Psicopatología”

La tradición conductista-contextual de la CBS, bajo la bandera del Contextualismo Funcional, ha logrado grandes avances teóricos y prácticos gracias al desarrollo de la Teoría de los Marcos Relacionales (RFT por sus siglas en inglés) y de las Terapias Contextuales, siendo una de estas la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT por sus siglas en inglés). Estos avances han permitido el desarrollo de un nuevo modelo de psicopatología basado en las asunciones filosóficas del Contextualismo Funcional y la investigación básica sobre lenguaje y cognición humana, buscando pasar de un enfoque centrado en las características topográficas de la conducta a uno centrado en las características funcionales de esta (Ruíz, 2010).

Durante una primera etapa, se desarrolló el concepto de Evitación Experiencial Destructiva como una propuesta transdiagnóstica (que abarca varios diagnósticos), el cual hace referencia al fenómeno que ocurre cuando la persona no desea seguir en contacto con ciertas experiencias coloquialmente llamadas “internas” (pensamientos, recuerdos, emociones, sensaciones corporales) y toma acciones para alterar la forma o frecuencia de estas experiencias o de los contextos que los ocasionan (Hayes, et al., 1996). Estas acciones implican el escapar o evitar entrar en contacto con estas experiencias, por lo que se constituye una clase funcional de conductas que son reforzadas negativamente al disminuir en el corto plazo el malestar (Ruíz, 2010). Como consecuencia, la persona se priva de otras fuentes de reforzamiento, por lo que este patrón de comportamiento solo se vuelve problemático cuando implica una limitación en la vida de la persona (Wilson & Luciano, 2002).



"el problema no está dentro de la persona, sino que la persona se encuentra dentro de una situación problemática"


Actualmente, el desarrollo de la investigación en RFT y su conexión con las diferentes terapias contextuales ha permitido ampliar y perfeccionar el concepto de Evitación Experiencial Destructiva, introduciéndose el modelo de Flexibilidad/Inflexibilidad Psicológica. Manteniendo la definición previamente mencionada, el modelo de Flexibilidad Psicológica añade la importancia de que la persona adquiera la habilidad de notar sus propias emociones, pensamientos y comportamientos desde una perspectiva trascendental de sí misma, es decir, diferenciándose a sí misma como un punto constante del que puede observar lo que le ocurre sin sobre involucrarse. Esto permite que la persona pueda disminuir el control de diferentes variables sobre su comportamiento, pudiendo encontrar nuevas fuentes de reforzamiento en sus valores personales (Törneke, Luciano, Barnes-Holmes & Bond, 2016).



"devolver el acto a su contexto” está implicando un cambio importante en la comprensión de la naturaleza humana, dejando de lado la patologización arbitraria de la vida por la búsqueda de las raíces filosóficas que permiten su entendimiento"

A manera de conclusión, puede resaltarse que “devolver el acto a su contexto” está implicando un cambio importante en la comprensión de la naturaleza humana, dejando de lado la patologización arbitraria de la vida por la búsqueda de las raíces filosóficas que permiten su entendimiento. Así mismo, esto refuerza la conexión entre la investigación científica básica con la aplicada, de tal forma que se elaboren mejores intervenciones clínicas y se profundice en el entendimiento del por qué funcionan. Las Terapias Contextuales, dejando de lado la publicidad que han recibido durante los últimos años, prometen aportar con un cambio epistemológico y tecnológico importante para la práctica clínica. Las personas que buscan ayuda volverán a ser los principales actores de su recuperación, y quienes definirán los valores que guiarán tanto el proceso terapéutico como su vida.


  
Referencias:

Biglan, A. & Hayes, S. (2016). Functional Contextualism and Contextual Behavioral Science. En Zettle, R., Hayes, S., Barnes-Holmes, D. & Biglan, T. (Ed.), The Wiley Handbook of Contextual Behavioral Science (37-61) Oxford: Wiley-Blackwell.
Dougher, M. & Hayes, S. (2001). Clinical Behavior Analysis. En Dougher, M. (Ed.), Clinical Behavior Analysis (11-25) Reno: Context Press.
Hayes, S., Hayes, L. & Reese, H. (1988). Finding the philosophical core: A review of Stephen Pepper’s World Hypotheses. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 101, 112-129.
Hayes, S., Strohal, K & Wilson, K. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change. New York: The Guildford Press.
Hayes, S., Wilson, K., Gifford, E., Follette, V. & Strosahl, K, (1996). Emotional avoidance and behavioral disorders: A functional dimensional approach to diagnosis and treatment. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 64, 1152-1168.
Pérez-Álvarez, M. (2004). Psychopathology According to Behaviorism: A Radical Restatement, The Spanish Journal of Psychology, 7(2), 171-177.
Pérez-Álvarez, M. (2013). Anatomía de la Psicoterapia: El Diablo no Está en los Detalles. Clínica Contemporánea, 4(1), 5-28.
Pérez-Álvarez, M. (2014). Las terapias de tercera generación como terapias contextuales. Madrid: Editorial Síntesis.
Ruíz, F. (2010). A Review of Acceptance and Commitment Therapy (ACT) Empirical Evidence: Correlational, Experimental Psychopathology, Component and Outcome Studies. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 10(1), 125-162.
Skinner, B. (1953). Science and Human Behavior. New York: The Macmillan Company.
Törneke, N., Luciano, C., Barnes-Holmes, Y. & Bond, F. (2016). Relational Frame Theory and Three Core Strategies in Understanding and Treating Human Sufering. En Zettle, R., Hayes, S., Barnes-Holmes, D. & Biglan, T. (Ed.), The Wiley Handbook of Contextual Behavioral Science (254-288) Oxford: Wiley-Blackwell.
Wilson, K. (2016). Contextual Behavioral Science: Holding Terms Lightly. En Zettle, R., Hayes, S., Barnes-Holmes, D. & Biglan, T. (Ed.), The Wiley Handbook of Contextual Behavioral Science (62-80) Oxford: Wiley-Blackwell.
Wilson, K. & Luciano, C. (2002). Terapia de Aceptación y Compromiso: Un tratamiento conductual orientado a los valores. Madrid: Ediciones Pirámide.

domingo, 26 de marzo de 2017

El delgado límite entre la salud y la locura



Por: Rodrigo Flores

Miembro de Liceo Contextual


La salud mental ha vuelto a captar la atención de la población durante los últimos meses con las declaraciones de ciertos personajes públicos. Lejos de clarificar su significado, se han escuchado frases que sentencian: “tiene una enfermedad mental” o bien “no se encuentra sano(a)”, dejando claro que estamos hablando de alguien que ha cruzado la línea de lo “normal” y ha entrado al reino de lo patológico. Estos acontecimientos hacen relevante reflexionar respecto a qué nos referimos cuando decimos que alguien tiene un problema psicológico: ¿estamos realmente frente a alguien enfermo?. Para poder dar una respuesta a la pregunta es importante revisar cómo se ha entendido la enfermedad mental a lo largo de la historia. Así mismo, reconocer qué consecuencias ha traído el concebirla de esta manera. Finalmente, reflexionar acerca de otras maneras de concebir los problemas psicológicos.























Una breve historia sobre la enfermedad mental

A lo largo de los años, la manera en que se entienden los problemas psicológicos ha variado de muchas formas.  En la Edad Media, las personas con conductas que se salían de la norma fueron asociadas con la brujería, la magia y el pecado. Basándose en una concepción mágico-religiosa, se pensaba que estas personas estaban poseídas por el demonio. Este entendimiento será reemplazado durante los siglos XVI y XVII por una concepción naturalista hipocrático-galénica, en la cual el cerebro es considerado como la base de las emociones, la inteligencia, el temperamento y los cuatro humores (sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema). De esta forma, las enfermedades como la manía y la melancolía serían explicadas como un desequilibrio de estos cuatro humores (López & Costa, 2012).

Un momento clave en la historia es cuando la medicina occidental asume la responsabilidad de explicar la conducta extraña de los “locos”. López y Costa (2012) destacan un episodio durante la última década del siglo XVIII, en el cual el médico Pinel acepta la responsabilidad de brindar atención profesional en los hospitales de Bicêtre y La Salpetrière, constituyendo así los inicios de la institucionalización de la función de los psiquiatras en los manicomios. Otro personaje importante fue el neurólogo Emil Kraepelin con el desarrollo del término “demencia precoz” (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007). Los modelos explicativos se tomarán del estudio de la patología humana, siendo el último referente el modelo anatomoclínico (la causa de la enfermedad es una lesión que puede ser descubierta al realizarse una autopsia).  El modelo fisiopatológico (la causa son funciones fisiológicas alteradas), etiológico y bioquímico (la causa es una lesión a nivel molecular y genético) servirán como complementos. Con estos acontecimientos, se concluye que la causa de los problemas psicológicos se encuentra dentro del cuerpo (López & Costa, 2012).

La concepción de los problemas psicológicos desde el modelo médico encuentra su principal sustento al observar casos como el deterioro cognitivo tras un traumatismo craneoencefálico. La “lesión” interna es indiscutiblemente la causa que debe ser hallada, por lo que cualquier comportamiento extraño que no muestre un daño biológico explícito no se descarta como enfermedad, sino que se asume que la lesión está ahí en algún lugar a la espera de ser descubierta. A esto se sumará la inserción de concepciones mentalistas que promueven la dualidad mente-cuerpo, lo cual justifica que estos comportamientos sin una causa aparente son precisamente “enfermedades de la mente” (López & Costa, 2012). El desarrollo de la psiquiatría en Alemania, Francia y Gran Bretaña seguirá con la consolidación de la llamada “patología mental” a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX. Esta se establece como una rama de la patología general, la cual incluye sus diferentes componentes: etiología, anatomía patológica, fisiopatología, patogenia, sintomatología, diagnóstico, tratamiento y curación (López & Costa, 2012).


Actualmente, los sistemas de clasificación como el DSM agrupan conductas que covarían estadísticamente en síndromes o trastornos, considerándolas síntomas de una enfermedad subyacente. La psicopatología hoy en día continúa teniendo como referente último el cerebro con el surgimiento de las llamadas neurociencias, las cuales brindan la impresión de ser el futuro de las ciencias del comportamiento con la inserción de técnicas más novedosas para obtener imágenes más detalladas del cerebro (Castañón & Láez, 2009). Si bien las formas de estudiar los problemas psicológicos han cambiado, el entendimiento de estos desde la psicopatología médica continúa siendo el mismo desde siglos anteriores, reconociéndose únicamente en la historia un paso de la búsqueda de un desequilibrio de humores a un desequilibrio de neurotransmisores y otras alteraciones a nivel molecular (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).


El lado oscuro de la historia

¿Cuál ha sido el legado que nos deja esta búsqueda por entender los problemas psicológicos como enfermedades? Si bien la evolución de la concepción de estos brinda la impresión de haberse logrado grandes avances, lo cierto es que esta presenta muchas carencias que merecen ser resaltadas (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007). Una de las principales críticas al modelo médico psicopatológico es la falta de evidencia sólida que valide sus postulados. Siguiendo la lógica del modelo anatomoclínico, debe poder demostrarse una relación causa-efecto entre: una hipotética lesión, disfunción o desequilibrio; la conducta de la persona; y la fisiopatología y patogenia que les corresponden. Un ejemplo en el que este modelo puede aplicarse de manera adecuada es el caso de la hepatitis y la ictericia, pero cuando esta lógica es aplicada a la psicopatología médica estos criterios no llegan a cumplirse, encontrarse únicamente correlaciones entre el funcionamiento cerebral y la conducta (Castañón & Láez, 2009; López & Costa, 2012).

                     Si bien las formas de estudiar los problemas psicológicos han cambiado, el entendimiento de estos desde la psicopatología médica continúa siendo el mismo desde siglos anteriores, reconociéndose únicamente en la historia un paso de la búsqueda de un desequilibrio de humores a un desequilibrio de neurotransmisores y otras alteraciones a nivel molecular (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).


Hayes, Strosahl y Wilson (2012) señalan que no se ha logrado establecer los diferentes desórdenes mentales establecidos en el sistema DSM como verdaderas entidades patógenas, no pudiendo cumplir con los criterios básicos de enfermedad como el reconocimiento del agente patógeno, de los procesos internos implicados y del tratamiento específico a uti
lizar. Algunos de los puntos que podrían evidenciar este fallo son el alto índice de comorbilidad y el hecho que un mismo tratamiento farmacológico sirva para varios desórdenes. Así mismo, Gonzáles y Pérez-Álvarez (2007) señalan que el número de diagnósticos se ha incrementado más de un 200% desde la primera edición del DSM, lo cual no se ha acompañado de un mayor entendimiento de la causa de estos (si este hubiera sido el caso, se habrían identificado elementos activos comunes y el número habría disminuido).

Incluso en el caso de enfermedades con una supuesta mayor carga genética como la esquizofrenia, no se ha podido encontrar hasta la fecha ningún marcador biológico, ya que su fisiopatología continúa siendo desconocida. No existe ninguna molécula, ya sea gen o fragmento de ADN, que al obtenerla y medirla de cualquier tejido humano permitan diagnosticar esquizofrenia. Así mismo, el hecho que se identifiquen desequilibrios de neurotransmisores (como la serotonina en pacientes depresivos) puede ser bien una consecuencia y no la causa de estos (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007).

De acuerdo a lo mencionado, puede reconocerse que el estudio de la enfermedad mental no sigue los criterios epistemológicos de su propio modelo. Así mismo, puede afirmarse que la psicopatología médica no ha podido brindar ningún modelo que pueda ser sostenido científicamente que explique cómo y por qué algunas personas presentan esquizofrenia, depresión o mayor ansiedad (Gonzáles & Pérez-Álvarez, 2007). Así, el concepto de enfermedad mental se ha convertido en una especie de “mito científico”, el cual sobrevive al establecer correlaciones y analogías entre síntomas y descubrir supuestos tratamientos farmacológicos (Pérez-Álvarez, 2004).

El precio de creer en una enfermedad mental

Una vez reconocido el gran problema epistemológico que presenta el estudio de los problemas psicológicos como enfermedades, es importante resaltar que sus postulados se han convertido en una trampa con diferentes consecuencias negativas. En primer lugar, dada la falta de evidencia, la psicopatología médica se mantiene y perpetúa únicamente por el lenguaje de los que la utilizan. Así, lo que en un inicio fue una etiqueta para denominar a un conjunto de comportamientos (como el nombre “depresión), se cosifica como una entidad que existe en sí misma. Se crean círculos viciosos en que se infiere la falta de salud mental de la persona por sus comportamientos, y se cataloga estos comportamientos como negativos porque se infiere una falta de salud mental. Cuando vemos a una persona decaída, cada vez más aislada y con menos motivación para realizar las cosas que anteriormente hacía, deducimos que hay “algo” que está causando estos comportamientos: lo que se conoce como depresión. Si alguien nos pregunta por qué pensamos que tiene depresión, responderemos que hemos visto las cosas negativas que hace: se muestra decaído, se aísla y tiene menos motivación para realizar sus actividades diarias. Hemos diferenciado la conducta y el nombre que le ponemos a ella como dos cosas diferentes que existen en sí mismas. La categoría con que se denominaba a una serie de conductas se convierte así en una cosa que existe previamente y que es el principal agente causal de la patología(López & Costa, 2012). De esta forma, ya no es necesario brindar pruebas de su existencia, solo bastará con hablar de ella para adquiera el mismo valor que una enfermedad real.

Así, el concepto de enfermedad mental se ha convertido en una especie de “mito científico”, el cual sobrevive al establecer correlaciones y analogías entre síntomas y descubrir supuestos tratamientos farmacológicos.


Otra consecuencia importante es un creciente proceso de patologización de diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Todo comportamiento que sea excéntrico, difícil de comprender y genere cierto grado de malestar a la persona o a su entorno constituyen buenos candidatos para ser incorporados en la categoría de lo “patológico”. De esta manera, cada vez más comportamientos humanos comienzan a entrar en la categoría de lo patológico, siendo concebidos como enfermedades o bien como la manifestación de estas (López & Costa, 2012).

Finalmente, las diferentes categorías diagnósticas tienen un efecto negativo en las personas, colocándolas en una situación de indefensión y pérdida de control sobre su propia vida. Al estar estas categorías basadas únicamente en el reconocimiento y descripción detallada de las características topográficas de la conducta (signos y síntomas) se genera un entendimiento de los problemas psicológicos como entidades aisladas de la vida de los individuos que los presentan. La explicación de estos comportamientos ya no puede ser accesible a la persona, puesto que se encuentra a un nivel anatomopatológico y fisiopatológico que solo el médico puede conocer. El “loco” se transforma en “enfermo”, el cual encuentra que sus diferentes acciones solo lo llevan a corroborar su diagnóstico y comprobar cómo este avanza en su vida. Para poder encontrar una cura, la persona depende cada vez más de la imagen del médico para que le explique qué es lo que le ocurre “de verdad”. Así mismo, dada la condición de su problema como enfermedad, el tratamiento farmacológico queda legitimado (López & Costa, 2012).
La categoría con que se denominaba a una serie de conductas se convierte así en una cosa que existe previamente y que es el principal agente causal de la patología (López & Costa, 2012).

La necesidad de un cambio

La psicopatología médica nos muestra qué es ese “delgado límite que existe entre la salud y la locura”: la creciente patologización de la vida diaria que responde cada vez más al descubrimiento de supuestas curas farmacológicas a estos problemas. Tal como lo mencionan Gonzáles y Pérez-Álvarez (2007), la psicopatología actualmente se encuentra escuchando más a otras cosas (como las empresas farmacológicas) que al paciente. La concepción de los problemas psicológicos como enfermedades mentales presenta una serie de deficiencias que merecen ser tomadas en cuenta. 

En la siguiente parte del escrito, se revisará una propuesta radicalmente diferente de comprender los problemas psicológicos.


Referencias:

Castañón, L. & Láez, C. (2009). Psicología y “Neurociencias”: Buscar la llave donde hay luz y no donde se perdió. Prolepsis, 3, 60-70.

Gonzáles, H. & Pérez-Álvarez, M. (2007). La invención de los trastornos mentales: ¿Escuchando al fármaco o al paciente?. Madrid: Alianza Editorial.

Hayes, S., Strohal, K & Wilson, K. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change. New York: The Guildford Press.

López, E. & Costa, M. (2012). Manual de consejo psicológico. Madrid: Editorial Síntesis.


Pérez-Álvarez, M. (2004). Psychopathology According to Behaviorism: A Radical Restatement. The Spanish Journal of Psychology, 7(2), 171-177.